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EN / 02 DESEMBOCADURA DEL GUADALHORCE: Un secreto

martes, 3 de mayo de 2011

Aparecen bosquejadas al fondo, entre la bruma de la mañana, como insectos arácnidos de largas y complejas patas, se recortan contra el mar, contra las montañas, se mueven con lentitud, avanzando en sus pasos como fantasmas matinales, como extraídas de la Guerra de los Mundos de HG Wells. Ante ellas, las grúas enormes del puerto de Málaga, aquí, en nuestro primer plano, la marisma. Los meandros sinuosos, orilleros, que describen cerradas curvas, volutas curvadas sobre sí mismas. El espejo de una laguna aquí, la Escondida, de otra allá, la Grande, reflejan la luz del sol matinal. Se escucha el eco de los graznidos, trinos, cloqueos de los pájaros y cierto rumor del tráfago que provoca el tráfico en la lengua de carretera oscura que es la A7. Aquí reposa un secreto, un mundo cortado por senderos y trochas desde el que se escucha el murmullo apagado de la ciudad, un tesoro natural accesible, donde el vuelo errante de las aves se recorta en el cielo junto con el de esos otros pájaros de metal que van a aterrizar en el aeropuerto Pablo Ruiz Picasso. Un secreto que tantas veces hemos visto en nuestro ir y venir, que tantas veces hemos vislumbrado entre los quitamiedos de la autopista, que tantas veces hemos intuido entre las prisas de la vida cotidiana. Aquí desemboca el río Guadalhorce y su unión con el Mediterráneo, forma una marisma preñada de vida, de lagunas, de aves, de pequeños mamíferos, de insectos, de flores y plantas. Un territorio mestizo entre el sabor dulce del río y el salado del mar, un plácido oasis verde que reposa entre Málaga capital y Torremolinos. El Paraje Natural de la Desembocadura del Guadalhorce.

El Paraje Natural de la Desembocadura del Guadalhorce

El río Guadalhorce es una corriente colmada de perfumes de naranjos y limones que recorre las entrañas de Málaga, da de beber los bancales de frutales y a las plantaciones de verduras y hortalizas para desembocar en el mar. Juegan entonces del río y el Mediterráneo ese juego de solapamientos en el que nada es lo que parece. Un fragmento del mar se torna dulce y el último tramo del río se torna salado, invirtiéndose los papeles y creando un ecosistema único.
La Desembocadura del Guadalhorce fue nombrada Paraje Natural en el año 1989, y en sus 67 hectáreas contiene una variada y amplísima fauna aviar. Dada su posición estratégica entre África y Europa, forma parte de la zona de escala, descanso y alimento de un sinfín de aves migratorias costeras. Este paraje tiene la particularidad de haber sido modificado por el ser humano y su aspecto actual se debe primero a su injerencia gravosa y después a su reconstitución. En los años setenta la extracción de áridos para la construcción dejó al descubierto en la desembocadura del río una serie de graveras (Una gravera es un yacimiento natural de grava. El depósito de este material en estos yacimientos se debe a un transporte en suspensión en un medio acuoso, posterior depósito y consolidación. Geológicamente pueden provenir del trasporte de las partículas en un glaciar en un proceso largo en el tiempo, o por las corrientes de un río, lago, corrientes subterráneas que fluyen posteriormente al exterior. Consecuentemente el material que encontramos es un árido de canto rodado, no de cantos angulosos como los que encontramos en la explotación de canterasy minas. Wikipedia dixit) que comenzaron a ser colonizadas por diversa flora y fauna. En 1989 se protege el espacio y en 1998 se comienza una larga tarea de acondicionamiento hasta alcanzar el aspecto que hoy en día presenta. El complejo lagunar artificial está recorrido por dos senderos principales de 1,5 kilómetros de longitud cada uno y contiene 5 miradores desde los que contemplar el interior de la marisma. Además, este paraje natural tiene el tramo de litoral costero salvaje más extenso de la provincia de Málaga.

El secreto

Resulta chocante encontrar este paraíso apenas a 7 kilómetros de la capital malagueña. Las marismas se encuentran rodeadas de un desarrollado entorno urbanita y, pese a todo, mantienen la esencia de su temperamento natural. Quizá sea gracias a su ubicación. Sólo tiene un acceso, un puente. En su cabecera, el río Guadalhorce se parte en dos y el paraje natural se encuentra rodeado de dos importantes corrientes de agua que desembocan en el mar. El puente está cerrado para el gran tráfico rodado y a él se accede desde las urbanizaciones de Guadalmar. Una vez cruzado, nos adentramos en un mundo de falsa calma. Nos pertrechamos y permanecemos en silencio durante unos minutos. Aislamos el sonido de los coches, aislamos el sonido de los aviones, aislamos el murmullo de la ciudad y comenzamos a oír chapaleos en el agua, cloqueos y graznidos, susurros entre la hierba, trinos, aleteos. Cerramos los ojos y dejamos que el primer sol de la mañana caliente la piel. Respiramos hondo, los abrimos y vemos refulgir el verde de la marisma, las cintas oscuras de los meandros, el azul brumoso del mar, los reflejos especulares de las lagunas. Laguna Grande, La Casilla, Escondida, Eucaliptal, Costera, Limícola, Río Viejo… Nos adentramos en este íntimo secreto malagueño.

El paseo

Los senderos están perfectamente señalizados, los caminos son de terrizos y llanos, perfectos para hacer un poco de footing, caminar en mountain bike o simplemente pasear. Es un entorno natural ideal para acudir con niños dadas las posibilidades que ofrece para observar aves y otros mamíferos, para ver insectos, encontrar rastros, etc. Los paneles indicativos piden dos cosas. No alejarse de los caminos principales y guardar silencio. El silencio es la mejor manera de encontrarse con la fauna aviar. Muchas aves reposan en sus nidos, entre el follaje y las jaras y sólo con nuestro caminar despiertan y alzan el vuelo sorprendidas y sorprendiéndonos. Cruzamos nuestros pasos con un par de ciclistas y un par de corredores. Todo permanece reposado. Disparamos con la cámara de fotos aquí y allá, observando las plantas y comentando en voz queda esta o aquella especie. Es un caminar relajado. A la derecha, apenas a 300 metros encontramos el mirador de Laguna Escondida y aquí tenemos nuestro primer contacto con la fauna local. Nos acercamos con sigilo al mirador de madera, accesible a la laguna gracias a sus ventanas recortadas. Despacio. Leemos en un panel el proceso de creación de este complejo lagunar, su descubrimiento, sus particularidades. Nos sentamos en los bancos de madera, preparados además para el uso del trípode. Allí vemos una pequeña bandada de patos. Clic-clic-clic. Permanecemos en silencio y nos dejamos llevar por el influjo de los reflejos de la luz sobre el agua. Leemos que según las épocas en este ecosistema se pueden llegar a ver la garza real, la garceta, la garcilla bueyera, el martinete, el tarro blanco, el zampullín chico, el corredor moñudo, la gaviota de Audoin, el águila pescadora, la cigüeña negra o el martín pescador. Disfrutamos de la tranquilidad, del zambullirse de las aves, de la brisa matinal…
Continuamos camino, en silencio, despacio. Vemos rastros de aves y reptiles cruzando el carril de terrizo, recientes, húmedos. Cruzan de aquí para allá como avisos de una fauna antigua, sutil volátil y caprichosa. Llegamos en nuestro caminar hasta el mirador de Laguna Grande, situado en lo alto de un promontorio. Un paraíso se abre ante nuestros ojos. Un mar pequeño y cerrado por juntos y matorral ribereño. Una lámina de agua de superficie escasa, de apenas un metro de profundidad donde juegan a eso de la supervivencia un grupo de aves, patos, zancudas. Suspiramos y dejamos que el sol reverberado anide en nuestros ojos. Antes de tirar unas cuantas fotografías, observamos el paisaje. Allá al fondo las grúas y la antigua chimenea. Aquí las matas, las flores coloridas. Este es el secreto de la Desembocadura del Guadalhorce, la diferencia tan enorme en apenas unos centenares de metros de distancia. De la naturaleza asilvestrada al urbanismo desatado en unos minutos, solo con cruzar un puente.
Llegamos al mar. Nos perdemos en su oleaje sutil. Desandamos el camino andado y llegamos a la bifurcación que nos llevará al camino de Río Viejo, por donde caminaremos a su vera, buscando las curvas sutiles de sus meandros, sus particularidades. Y la Laguna de la Casilla donde comenzó la reconstrucción de este espacio único y delicado, frágil y poderoso. Caminamos en silencio. Nos cruzamos con dos corredores, nos asomamos a sus miradores, fotografiamos. Comentamos en susurros. Nos abrimos al mar. Nos perdemos en ensoñaciones.
Una duda nos asalta… ¿Cómo se ve el secreto desde fuera, al otro lado de las corrientes que lo protegen, alejados del puente?

Desde fuera

Salimos de la marisma y nos dirigimos por un carril de tierra hasta el mar, casi en línea recta. Una muralla de altos juncos impide ver el interior del paraje natural, lo esconde y lo protege, lo mima y parece acunarlo cuando se mece con el viento. Acompañamos al río entre lilas y margaritas, entre violetas encendidos y blancos inmaculados. Oímos como chapalean algunos patos cuando nos acercamos a ellos, cómo se zambullen en el agua al verse sorprendidos. Intuimos la presencia de otras aves y vemos algunas pequeñas bandadas cimbrearse en el aire, evolucionar y girar de manera brusca, posarse sobre los charcos del camino, inclinarse para beber. El mar, justo ante nosotros, su reflejo. Nos cruzamos con más ciclistas, con más deportistas. El engañoso suave fluir del Guadalhorce acompaña nuestro paseo y parece traer los perfumes de la Hoya de Málaga, los naranjos y limoneros, el azahar que impregna de aromas dulces la primavera. Llegando al mar comenzamos a intuir otro sonido, el del batir de las olas sobre la arena. Se mecen las espigas de las gramíneas. Dos pescadores lanzan sus cañas al Mediterráneo, fuman un pitillo, reposan sobre una silla de colores. Una barca salva la corriente del río y toma dirección Málaga. Miramos hacia atrás y vemos observamos este secreto de Málaga, poderoso y delicado, sutil, fuerte y precario. La ciudad aletea tras la marisma, con sus edificios altos, con sus grúas portuarias en forma de araña.

Despedida

Observamos los reflejos de la laguna, espejean y entre el caleidoscopio se mueven las garzas y los patos, turban la placidez de la lámina de agua con su chapaleo, con sus rumbos efímeros marcados en la marisma. Alzan el vuelo y se amansan unos metros más allá. Cloquean y se enzarzan en disputas en las que uno de ellos siempre sale perdiendo. Levantan el vuelo sus alas mojadas, húmedas y se recortan contra el azul del cielo. Permanecemos sentados en los bancos de madera del observatorio, sin prisa, mimetizándoos con el entorno, adquiriendo el ritmo leve de sus respiraciones, sus tonos verdes y oscuros. Nos quitamos poco a poco el traje de intrusos y nos sentimos, con despacio, uno más.

Enlaces de interés y consejos útiles

Enlaces de Interés:
Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. La desembocadura del Guadalhorce se sitúa muy próxima a Málaga capital

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este paraje natural, situado entre Málaga y Guadalmar.


Ver El Color Azul del Cielo "Espacios Naturales de Málaga" en un mapa más grande

2 comentarios:

Nekane dijo...

Qué maravilla ,Israel.
Parece que en esta ocasión armonizan la intervención humana y la naturaleza consiguiendo un resultado espectacular y prácticamente rozando la civilización.
Espectacular y tu forma de contarlo produce,como siempre,la necesidad inmediata de visitarlo y vivirlo.
Un abrazo,Israel.

Francisco Espada dijo...

Se te echaba de menos, Israel. Tus crónicas viajeras son tan enjundiosas como las de aquellos viejos románticos del siglo XIX, unas páginas para guardar y tomar en cuenta.