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EN / 11 PINAR DEL HACHO: El mirador de Antequera

martes, 6 de septiembre de 2011

Y la vega ante nuestros ojos. Allá, al fondo, velado por los restos húmedos de la calina, el Peñón de los Enamorados. Más cerca, los pináculos de las iglesias, conventos, palacetes y murallas de Antequera, como si quisieran pinchar el cielo azul. Aún más cerca, el verde esmeralda, intenso y brillante del mar de pinos. Todavía más cerca, más próximo, casi al roce de las yemas de los dedos, las gramíneas que se mecen al compás de la brisa. Todo, ante nuestros ojos. Y a nuestra espalda, la Torre del Hacho, que sostiene el suspiro que ante tanta inmensa belleza nos atenaza. Estamos en el Parque Periurbano del Pinar del Hacho, el mirador natural de Antequera, y es un privilegio.

Una aproximación

Caminamos con el coche, entre olivos, una columna de polvo blanco nos sigue en forma de estela volátil y vaporosa. Un senderista nos ha indicado el mejor camino para llegar hasta el borde superior del pinar, para ello atravesamos un olivar extenso, dejando a nuestra derecha, a lo lejos, las primeras estribaciones del Torcal y frente a nosotros, la promesa escurridiza de una torre vigía que juega al escondite entre los pinos jóvenes. Atravesamos una verja abierta y estacionamos, no se puede llegar más allá. Descendemos del coche y lo primero que nos asalta es la fragancia. Un perfume intenso y fresco, que aún conserva los tintes de la madrugada, se cuela en el coche, en la mochila, en el cuaderno de notas, en la cámara de fotos. Lo segundo, el color. El verde esmeralda de los pinos piñoneros jóvenes, confiere al parque una esencia un tanto irreal en el juego de sombras con el sol de la primera mañana. Lo tercero, la presencia imponente de la Torre del Hacho, que se asoma entre las copas de los árboles como un vigía mayestático. Todo al punto. Caminamos con un objetivo claro.

El Parque Periurbano Pinar del Hacho

Parece cubrir la parte sur de Antequera como una protección natural. Ocupa la parte más alta y una zona de la ladera de un cerro romo, que desciende en la cara antequerana de forma contundente y que se suaviza dúctilmente en la zona que mira al Torcal y a los olivares del camino a Valle de Abdalajís. La zona protegida abarca 85 hectáreas y está repoblada por pinos piñoneros o marítimos de unos 40 años de antigüedad. Es un bosque relativamente joven y eso se nota en la altura de los árboles y en el grueso de sus troncos. El Pinar del Hacho está surcado por el Cordel Málaga – Antequera, una vía pecuaria de paso de animales que cumple con los 37,5 metros de anchura preceptivos y que además de su uso ganadero se compatibiliza con usos deportivos como senderismo y la práctica de actividades cinegéticas. De hecho, durante nuestra visita, se escuchan los ecos sordos de algunos disparos y los ladridos de una jauría de perros al fondo; y descubrimos algunos rastros de bicicletas de montaña. El parque está presidido por la Torre del Hacho, un torreón vigía desde el que se otea la llegada a Antequera desde El Torcal y desde Valle de Abdalajís, además de ofrecer una completa panorámica de la vega, del Peñón de los Enamorados y de la propia ciudad de Antequera. Dada su construcción, doce metros de altura, aproximadamente, con puerta exterior a ras de suelo y con apenas dos o tres troneras, se presupone que el carácter de la torre era puramente vigía y no defensivo. Desde sus almenas se podrían hacer señales al centro de la ciudad perfectamente visibles. Aunque la datación de su construcción no está clara todo apunta a que se erigió en el siglo XIII y fue declarada Bien de Interés Cultural en 1985.
Sobre la fauna, el parque tiene catalogadas 59 especies de aves, 14 de mamíferos, 8 de reptiles y 2 de anfibios, correspondientes todas ellas a la típicamente mediterránea propia del entorno. La flora está constituida por el ya citado pino piñorero joven de reforestación con 40 años de antigüedad, además de lentiscos, romero, matorral y pastizal.
Pero si algo caracteriza al Parque Periurbano Pinar del Hacho son sus vistas, la panorámica magnífica de Antequera y de su Vega, del norte del Torcal, de la Sierra de Cabras… Vamos a descubrirlo.

La visita

Caminamos sobre un ancho carril de arena, arena de montaña, roca erosionada hasta convertirse en polvo, rota por el frío, por el calor, por los drásticos cambios térmicos. Nos sumergimos en el mar de pinos bajos, sus agujas apuntando en todas las direcciones, como queriendo abarcar el aire fresco que respiramos. Se mezclan nuestras huellas claras, evidentes, de bota de montaña, con otras más sutiles, más gráciles, que podrían ser de aves, de zorros, de perros. Los caminos divergen y se difuminan y a veces son solo un sendero formado por gramíneas aplastadas por un viajero anterior, por la costumbre de paso de un mamífero. Respiramos el aire puro y la esencia del pinar y de la arena y del aire de la mañana se conjugan en su evocación para traernos el Mediterráneo, tan lejos y tan cerca de estos pagos, apenas a 50 kilómetros. Es un conjuro de nuestra mente y de la naturaleza. Quizá el rastro de pino marítimo, quizá la arena que se asemeja a playa, quizá. El arenal se difumina entre el matorral bajo y deja ver un leve roquedal bajo la superficie. El camino a seguir está marcado por la Torre del Hacho, que vemos siempre, si no sobre las copas de los árboles, sí por entre los mismos, como un vestigio antiguo de tiempos pasados. Caminamos, escuchamos los leves sonidos de pájaros que trinan, la banda sonora de las chicharras que van despertando según se despierta el día. Pasamos la palma de la mano sobre las gramíneas, que nos acarician. Nos asomamos a un pequeño claro y por fin contemplamos la torre al completo. Piedra clara al sol. Compacta, sencilla, sin alharacas, con su función clara de vigía y leve defensa, de aviso para navegantes. La boca de su puerta está abierta, como un agujero negro, nos asomamos, nada destacable. El imán de la torre aún no nos ha permitido disfrutar de lo mejor y es, precisamente, cuando salimos de su boca cuando lo vemos: El horizonte. Se extiende ante nosotros Antequera, su vega y el perfil aindiado del Peñón de los Enamorados. La calima de la mañana se ha disipado y solo queda un rastro sutil y ligero. La vista es excepcional. Nos sentamos en la boca de entrada a la torre y sin movernos, parecen los pinos enmarcar la escena. Se abren las ramas de manera natural para ofrecer al viajero este impresionante horizonte. Destacan los pináculos de las iglesias antequeranas, las torres campanarios que se elevan al cielo intentando acariciar su barriga azul, las casas blancas apretadas como un racimo, los tejados ocres. Intuimos la posición de los dólmenes de Menga y Viera. Al fondo, la nariz del Peñón de los Enamorados rompe el horizonte. Los cultivos de la vega parecen una taracea sobre la tierra, pintando de amarillos y anaranjados y marrones cada fragmento de la superficie. Y en primer término, el verde esmeralda de los pinos piñoneros. Sentados aún en la boca de la torre, reposamos la vista, bebemos agua, disfrutamos de este privilegio, de este mirador natural sobre Antequera.
Una vez descansados buscamos un camino de descenso. Entre los pinos se intuye uno de ascenso que nosotros bajaremos. Queremos llegar hasta una zona inferior del parque para tener otra visión de Antequera y disfrutar del paseo entre los pinos.
Caminamos y se acentúa el olor denso a matorral. Va perdiendo el frescor la mañana y se concentran los aromas a tierra, a romero. Llegamos hasta otra de esas playas de montaña que salpican el parque, para seguir los pasos de un camino encajonado en un roquedal. Cruzamos y desembocamos en otro arenal. Se abren las vistas de la vega antequerana. Caminamos, tiramos fotografías, observamos, callamos ante el silencio. Vemos el borde de otro de los caminos por los que se puede acceder hasta la torre, el que viene desde Antequera a través de la torre de la legión. Más empinado y cansado, pero también fácilmente practicables. Desandamos nuestros pasos, nos reencontramos con nuestras propias huellas, las descubrimos a travesadas por otras nuevas, un ave. Todo parece quieto y todo se mueve sin que nos percatemos de ellos. Se escuchan algunas voces a lo lejos, de alguna finca cercana, dos hombres, hablan de una máquina y de un olivo. Seguimos nuestro ascenso hasta llegar a la torre de nuevo y de ahí, al lugar en el que hemos estacionado el coche. Nos giramos y, por última vez, aspiramos la fragancia cambiante, vemos el Peñón de Los Enamorados atravesado por antenas de telecomunicaciones, percibimos los movimientos lejanos de la vega viva. Agitamos la mano hacia Antequera. Hasta la próxima, seguro.

Despedida

Esa primera imagen, el cuadro pintado con la precisión de Antonio López. Todo en calma y todo moviéndose. El velo de la calima última confiere un aire irreal, de pintura, de óleo vivo en el que todo parece inmutable, un clic de la cámara fotográfica detiene el tiempo detenido. El marco de los pinos y Antequera, la antigua, ahí abajo, como un sueño.

Enlaces de interés y consejos útiles

Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. Además de la página web municipal de Antequera.

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Parque Periurbano.


Ver El Color Azul del Cielo "Espacios Naturales de Málaga" en un mapa más grande

07 VALLE DE ABDALAJÍS: BAJO EL PEÑÓN

martes, 26 de mayo de 2009

Valle de Abdalajís, Abd-El-Aziz, hijo de Muza. Valle de Abdalajís que antes fue Nescania. Valle de vuelos altos, vista de águila, volar, sueño del hombre. Valle de Abdalajís apretado sobre un roquerío de grises y blancos. Valle de olivo y cereal. Valle de Andalajís de inquieto pasado romano, árabe, celta, íbero, púnico... Valle de Andalajís, centro geográfico de la provincia de Málaga. Valle de Abdalajís, parada y fonda del caminante andalusí. Valle de Abdalajís desde las alturas, desde el cielo, desde el aire. Valle de hombres y de pájaros. Valle y montaña.


On the road y algunos datos


Se observa, al fondo, el roquerío calizo, casi blanco al final de cuya ladera se encarama Valle de Abdalajís. Los campos que lo rodean parecen un puzzle, una combinación de telas superpuestas que se asemejan a un patchwork. Se compone del verde de los olivos, del amarillo del cereal. Todo son lomas y cerros. Algún cortijo aquí y allá, blanco sobre el amarillo. Es un deleite conducir despacio por esta estrecha y sinuosa carretera que une Álora con Valle. Se ven caballos, se escucha, en la quietud de la mañana algún relincho. El trigo está alto, los olivos de profundo verde. Las rocas señalan sus propios hitos sobre el horizonte. Todo el campo está serpenteado por innumerables caminos rurales. Hace apenas 5 kilómetros que hemos dejado atrás el frutal Valle del Guadalhorce y la diferencia entre el color de la tierra, los cultivos, el paisaje, es enorme con esta tierra próxima a Antequera. Valle de Abdalajís se sitúa en el centro geográfico de la provincia de Málaga, muy próximo, al sur, del Torcal de Antequera. Históricamente, por sus situación, fue paso obligado entre el norte y el sur de la provincia y de Andalucía. Con el legado de los viajeros recogió su rica historia. Su visión, junto a la enorme montaña que le precede se asemeja a un alumbramiento. Casi parece formar parte natural de ese roquerío de piedras. Valle de Abdalajís es conocido por ser uno de los lugares de la provincia más propicios para practicar ala delta, vuelo libre y parapente, sus alturas y constantes térmicas del aire lo han convertido en centro neurálgico para la realización de este deporte. También cuenta con cerca de 75 vías de escalada de diferentes grados de dificultad. Los menos temerarios también pueden practicar senderismo o cicloturismo a través de la información y las rutas que explicaremos más adelante.



Aparcar y comenzar la visita, todo es uno


Al llegar a la entrada del pueblo tomamos la dirección Centro Urbano que nos lleva directamente a la Plaza de San Lorenzo, la plaza principal del municipio. Aparcamos en alguno de los primeros sitios que veamos libres y si no, un poco más arriba del ayuntamiento. No es un pueblo grande, así que podremos acceder a todos los lugares que deseemos visitar de manera muy fácil y rápida. La mole de piedra preside la visión desde prácticamente todas las calles de Valle de Abdalajís. Es impresionante y cuando ascendamos hasta uno de nuestros objetivos, aún más. Iniciamos la visita desde el propio ayuntamiento. Muy próximo a él se encuentran el Museo Etnográfico, la Iglesia de San Lorenzo y el Palacio de los Condes de Corbos que son casi todo uno. No hay pérdida. En la plaza del Ayuntamiento hay un estanco donde poder comprar sellos y postales para enviar un recuerdo, el buzón está a escasamente diez metros de allí, frente al mercado municipal, en la inferior plaza de San Lorenzo. Comenzamos por orden de situación.



La Iglesia de San Lorenzo



Los vallesteros, gentilicio de los habitantes de Valle de Abdalajís han tomado hoy las proximidades y el interior del templo. Es tiempo de comuniones y, endomingados, han acudido en procesión a ver cómo sus hijos, hijas, sobrinos, nietas, etc... realizan este ritual sacramental. Quizá la imagen de la iglesia sea un tanto más despoblada en otras épocas del año, lo que seguro no le resta belleza. Nos asomamos al interior donde se celebra la misa y los vallesteros atienden a las palabras del párroco. En silencio y con respeto nos colamos entre las filas para contemplar las tres naves de la iglesia y la cantidad de imágenes que guardan en su interior: vemos una Virgen de los Dolores, una Santa Rita (patrona de los funcionarios), un San José, una Virgen del Carmen... Es un templo sencillo y recio, sin profusión de decoraciones pero con encanto. La iglesia, según leemos en nuestros documentos extraídos de la web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol, se terminó de construir en 1599.



La Oficina de Turismo y la información de turismo activo


Salimos de la Iglesia y, tal como nos ha indicado el dueño del estanco, entramos en la primera puerta a la izquierda, es el Museo Etnográfico y la Oficina de Turismo. Lo primero que nos sorprende es encontrar en su interior una docena de mountain bikes aparcadas. - ¿Y esto?-, preguntamos a la chica que nos atiende. - Se alquilan a 20 euros el día, más otros 20 euros de fianza-, nos contesta. - Pero hoy no se pueden utilizar porque estamos renovando su seguro. Aquí se inicia una conversación acerca de las diferentes actividades que se pueden realizar en Valle de Abdalajís. En la Oficia Turística ofrecen información de todas las posibilidades, rutas, teléfonos de contacto, etc. En forma de dípticos, y fotocopias para que el viajero pueda llevarse consigo una descripción detallada de todas ellas. Para la mountain bike hay varias posibilidades de la que se nos recomiendan dos: la Ruta de Los Nogales, señalizada, de 17 kilómetros de distancia, de dificultad media y 517 metros de desnivel acumulado. Todas las rutas comienzan desde el centro del pueblo, frente al Cuartel de la Guardia Civil, donde se encuentra ubicado el panel informativo. La segunda ruta es la de La Rejoná, también señalizada, de 20 kilómetros, con 487 metros de desnivel acumulado y catalogada con dificultad media alta. Para practicar trekking o senderismo se nos ofrecen tres posibilidades el Paseo Rural PR-A85, conocida como la Ruta del Nacimiento, el PR-A86, Ruta de la Ratilla y PR-A87, Ruta del Torcal del Charcón. Echamos un vistazo a la información sobre Ala Delta y Parapente, pero optamos por dejársela a los expertos, se puede visitar la página web de la Capital del Vuelo donde se ofrece más información, precios, meteorología, guía, posibilidades, etc... Con toda esta información en la mochila y abriendo nuestras perspectivas para otras ocasiones decidimos continuar con nuestro plan y visitar el adjunto Museo Etnográfico.



Museo Etnográfico y el Palacio de los Condes de Corbos


Tienen este tipo de museos sencillos la capacidad de trasladarnos, por lo auténtico y real de sus piezas, hasta tiempos pasados con una vividez impresionante. El Museo Etnográfico, ubicado en un salón con arcos de medio punto, oscuro y fresco. Cuelgan de sus paredes, se apoyan en ellas, en el suelo, multitud de utensilios de labranza, hoces, horcas, yuntas para burros, canastos. En uno de sus rincones, hasta un maniquí cose con una vieja máquina. Asimismo también podemos observar la reproducción auténtica de una pequeña cocina con todos sus utensilios cotidianos. Es un museo sin duda instructivo y didáctico, reflejo de nuestro pasado, eminentemente rural, que hemos de conservar para que no caiga en el olvido. Salimos del Museo Etnográfico y a la izquierda, adyacente, encontramos la Torre del Palacio de los Condes de Corbos. El palacio, del siglo XVI posee la planta de una enorme casa solariega. Pintada su fachada de blanco con cenefas amarillas resulta casi tan imponente como la iglesia. Se adivina el patio interior y el esplendor de antaño en sus paredes. Por donde hemos venido regresamos y bajamos a la plaza de San Lorenzo.Todo está muy próximo.



La Plaza de San Lorenzo, la Peana, el Mercado Municipal


La plaza de San Lorenzo tiene en uno de sus laterales el mercado municipal, una curiosa porticada con los puestos de venta de charcutería, pescadería, verdulería y carnicería mostrados directamente al público. El cobijo que tienen los posibles compradores en caso de lluvia o de fuerte sol es el soportal. Hay media docena de puestos con aparente buen género, bastante concurrido por los vallesteros. En la portada del mercado, algunos azulejos nos informan del contenido de los puestos, dibujando productos de la huerta, de la carne o embutidos. Resulta curioso y siempre es una buena opción para comprar algo de chacina, una barra de pan y hacerse un buen bocadillo si el visitante quiere hacer alguna de las rutas previstas anteriormente. Otro de los laterales de la plaza lo conforma una fuente decorada profusamente con dibujos de algunas aves y una perspectiva del pueblo. En otro lateral de la fuente se encuentra el monumento de La Peana, sin duda uno de los restos arqueológicos más destacados de Valle de Abdalajís, no quizá por su espectacularidad, pero sí por su trascendencia histórica. La Peana es el pedestal de una estatua dedicada al emperador Trajano y data del año 107dc. Tras su descubrimiento, que fortalecía la existencia de la ciudad romana de Nescania en lo que ahora es Valle de Abdalajís, la pieza fue llevada hasta Antequera en 1585. Tras años de luchas oficiales y reclamaciones, la pieza fue devuelta a Nescania, a Valle de Abdalajís. Tras estas visitas, vamos a subir a uno de los puntos más altos.


La Ermita del Cristo de la Sierra y el mirador del Gangarro



Desde que hemos llegado a Valle de Abdalajís, y con la presencia sempiterna de la mole montañosa sobre nosotros, hemos observado que hay una trazo blanco sobre el roquerío. Un trazo blanco que se asemeja a una barandilla de piedra, rematada con una cruz de considerables dimensiones. Leyendo la información que portamos con nosotros, deducimos que habrá de ser la Ermita del Cristo de la Sierra. Preguntamos, así es. Para llegar hasta el punto de acceso a la subida hay tantas posibilidades como calles tiene el pueblo. Nosotros optamos por la que creemos más cercana. Caminamos por calle Real unos cien metros y tomamos a la izquierda la calle Cristo de la Sierra, perfectamente restaurada, escalonada, con flores a los lados y con la vista de nuestro objetivo frente a nosotros, arriba. Llegamos a la calle de Juan Chamizo, atravesamos la Plaza del Sol hacia arriba y tomamos calle Calvario a la derecha. Enseguida encontramos una indicación hacia la ermita, una arco de entrada indica claramente por dónde hay que ascender. Es un buen trecho de subida, con escaleras en perfectas condiciones. En el camino nos encontramos con un rebaño de ovejas considerable acompañadas de su pastor que nos saluda con la mano amistosamente. Seguimos ascendiendo con un par de paradas para tomar notas y, sobre todo, tomar aire. Llegamos. La Ermita del Cristo de la Sierra es de reciente construcción, año 1957, lo que no impide que su interior esté repleto de ofrendas, plegarias y fotografías. Las vistas desde aquí arriba son impresionantes. Valle de Abdalajís a nuestros pies se asemeja al fondo de una caldera entre los montes... Cerro Alto, Peñón de la Horca, El Camello, las Yeseras.... Aún queda más altura sobre nosotros desde este murallón de piedra. Observamos el trazado del municipio. Curiosamente, frente a otros pueblos que hemos visitado, Valle de Abdalajís tiene una plano muy rectilíneo, casi rectangular. Dentro de su antigüedad parece una construcción racionalista. El paso de los árabes por estos lugares apenas si se traduce en su trazado. Leemos. Parece ser que la comunidad árabe que se asentó en estas tierras durante cerca de 700 años nunca llegó a formar una gran núcleo poblacional, más bien fueron una serie de alquerías y casas de campo diseminadas las que pusieron de nombre Abdalajís a la que fue Nescania, destruida a su vez por los Vándalos y los Visigodos... Quizá sea esta la razón para observar este trazado rectilíneo. Continuamos. Desde el lateral izquierdo de la ermita asciende un sinuoso tramo de escaleras que nos llevará hasta el mirador del Gangarro. Se pasa por un puente de hierro y comienza la subida. Estupendas vistas. Desde el pueblo nos llegan el trinar de pájaros y, tan alto, apreciamos junto a nosotros el aletear de las golondrinas. Desde aquí no nos extraña que sea este un paraíso para practicar parapente o ala delta. Aún queda mucha montaña sobre nosotros y, ya desde aquí, las vistas son espectaculares. Tras un rato observando y poniendo nombres a las cimas, decidimos descender. Nos hemos ganado la comida. Por cierto la bajada se torna bastante empinada desde el mirador del Gargallo, no tiene ninguna dificultad, pero siempre es mejor extremar las precauciones.



La comida: Bar Pilas - El Rincón del Tapeíto


Las comuniones han atestado los restaurantes del municipio, así que optamos por tapear y tomar algunas raciones. Preguntamos a dos o tres vallesteros y nos señalan el Bar Pilas - El Rincón del Tapeíto como la mejor de las opciones. Optamos por tomar una tapa y una caña y probar. Tras degustar una tapa de queso en aceite en su punto, una de panceta plancha deliciosa y dos cañas bien frías, no pudimos quedarnos sólo en eso y al final decidimos meternos en el cuerpo algo más contundente. Otras tres cañas, una ración de filetitos plancha (6 euros), otra de chorizo plancha (5 euros) y una de almejas salteadas (6 euros) damos la comida por cerrada. Total, 22 euros. Alabar que la comida vallestera tiene mucho en común con la antequerana, de ahí que sean famosas su porra, sus migas o sus ollas. Pero cada vez resulta más complicado encontrar lugares donde además de comer bien y a un precio razonable se encuentren platos enteramente típicos. Se elaboran quizá en las casas, en las comidas familiares, pero es más difícil hallarlas para el público en general. La gastronomía tradicional, como patrimonio intangible de un lugar habría de cuidarse e incentivarse más, que fuera más sencillo encontrarla o desgustarla más allá de su contexto cotidiano. Son platos de sabiduría pura, de arraigo y raigambre que deberían conocerse mejor. En todo caso, las tapas y raciones del Rincón estaban deliciosas, además, si se reserva con 24 horas de antelación se puede degustar porra antequerana, migas o sopas perotas. Por cierto que el bar se encuentra en otra de las esquinas de la Plaza de San Lorenzo.


Despedida


Tras comer, decidimos dar un paseo por las calles de Valle de Abdalajís. Su trazado rectangular nos trae reminiscencias castellanas, pero perduran los patios interiores, los arriates plagados de flores, el perfumes de azahares. Vemos como la montaña preside la vida cotidiana de los los vallesteros y no nos resulta complicado imaginar por estos pagos la travesía de los romanos, los vándalos, los visigodos, los árabes que la dieron en llamar Abd-el-aziz, hijo de Muza y que hasta hoy lleva ese nombre. Recogemos el coche, nos montamos, salimos del pueblo. No sin antes parar un instante para contemplar el caserío de Valle de Abdalajís lamiendo las laderas de esa montaña imponente, roquerío poderoso, presencia mayestática. Sacamos un par de fotos y nos hacemos la promesa de volver para subir, un día, hasta lo más alto, lo de saltar en parapente, lo pensaremos.

Enlaces útiles y recomendaciones


Recomendaciones: todo está muy cerca en el municipio. Si la intención del viajero es complementar la visita con una ruta senderista o cicloturista, recomendamos visitar primero la oficina de turismo, donde se les facilitará completa información. Conviene llevar algo de ropa de abrigo ligera, la presencia de la montaña hace que las temperauras bajen un poco llegada la noche. Como siempre, calzado cómodo y ganas de andar. No está de más llevar unos prismáticos si se quiere subir hasta la Ermita del Cristo de la Sierra, la panorámica del pueblo y del valle es sobrecogedora.
Enlaces de interés: Como páginas de referencia sirvan la del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la web municipal del Valle de Abdalajís.
Turismo activo: La llamada Capital del Vuelo tiene su propia página web en la que se recogen todas las posibilidades para aquellas personas ineteresadas en el parapente o el ala delta. Es una página web bastante completa y con mucha información. Muy próximo a Valle de Abdalajís se encuentra el Chorro y el Parque Natural del Desfiladero de los Gaitanes, uno de los parajes más impresionantes de la provincia y del que ya hablaremos profusamente en otra ocasión.


Este blog queda abierto a todas las sugerencias y recomendaciones de sus lectores. Quiere ser una puerta abierta y cuantas más opciones haya, mejor. Os esperamos en El Color Azul del Cielo.