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85 ALMOGÍA: CUNA DE VERDIALES

martes, 23 de noviembre de 2010

Mi Almogía la bonita
entre olivos y almendrales
malagueñas y exquisitas
cuna de los verdiales.

Las calles de mi Almogía
ya relucen como el sol
tienen blanco resplandor
están llenas de alegría
la llevo en mi corazón.

Las tierras de Almogía

Paraje verde henchido de almendros el que precede nuestra llegada. Meseta de ondulaciones suaves, la senda serpentea como una sierpe alquitranada. Tras cada curva aparece una nueva. Salpican nuestro camino antiguas haciendas olvidadas, nuevos cortijos restaurados que lucen como modernos palacetes. Nos cruzamos con pequeños grupetos de ciclistas. Circulan despacio por la carretera, con las huellas del cansancio marcadas en la cara, dientes apretados, la sonrisa sólo se dibuja en el corazón de los más valientes. Requiere Almogía llegar hasta ella. Pese a que en el pasado formó parte del camino real que comunicaba Madrid con Málaga (incluso en la antigüedad lo traspasó una calzada romana), y se convirtió en última parada para los viajeros antes de llegar a la capital, las nuevas vías de comunicación la han transformado en un idílico reducto serrano, relativamente próximo a la costa, lo que ha propiciado un crecimiento inusual en forma de nuevas urbanizaciones, pero capaz de mantener, sin desvaírse, toda su esencia de pueblo blanco andaluz. Su situación geoestratégica, lo colocaba en una posición ideal para controlar el tráfico de gentes y mercancías. Almogía, desde la comarca antequerana es el último emplazamiento situado en la falsa llanura de una meseta, desde el municipio comienzan las curvas pronunciadas, los barrancos insólitos, el laberinto de carreteras. No en vano, Almogía forma parte del corazón de los Montes de Málaga.

Hasta la ermita del Sagrado Corazón de Jesús

Parece el municipio a punto de derrumbarse hacia sus valles, desprenderse desde la Torre de la Vela hacia abajo, como una cascada blanca de casas apretadas. Estacionamos en la parte más alta del pueblo, conscientes de que todo lo que bajemos habrá que subirlo más tarde, pero consideramos poco prudente para los desconocedores adentrarse en el dédalo de calles y callejas que supone el trazado urbano morisco. La mejor manera y forma de conocer a fondo estos municipios de arraigo antiguo y centro urbano retorcido sobre sí mismo es caminar, pasear, perderse, observar de tú a tú a sus gentes, aspirar sus aromas insólitos en las grandes ciudades. De este modo, descendemos por la calle Carril siguiendo las indicaciones de los paneles explicativos hacia el centro urbano y la Torre de la Vela. Compramos la preceptiva postal en un estanco (un tanto antigua, pero con solera) con intención de escribirla en el tiempo de la comida. Divisamos tras la primera curva del casco urbano los restos del Castillo de Almogía, que llegó a tener siete torres y que ahora sólo mantiene en pie una de ellas, la Torre de la Vela, que se sitúa sobre un promontorio natural. Continuamos por la calle Carril, observamos entre una peña futbolística y el consistorio morisco una casa que parece hacer las veces de pequeño museo etnográfico particular. Nos asomamos. Antiguos aperos de labranza, menaje de los años veinte, la reconstrucción de una casa de antaño. Continuamos nuestro descenso hasta llegar a la plaza de la Ermita. Un remanso horizontal donde cinco bancos de hierro invitan, bajo la sombra de tres naranjos, al reposo. Nos dejamos vencer por esta sencilla tentación. Frente a nosotros se encuentra la ermita del Sagrado Corazón de Jesús. La ermita, construida en el siglo XVIII, formaba parte del desaparecido convento del mismo nombre y hoy aún aparece encajada en la esquina que forman dos casas, casi mimetizadas sus paredes blancas con las de las construcciones adyacentes. En el interior del pequeño templo se encuentran las imágenes de los dos patronos de la localidad, San Roque y San Sebastián. Se encuentra en este remanso del camino una sensación muy placentera. La temperatura tibia pero no cálida, la delicada sombra de los naranjos y su perfume, el tráfago de la vida cotidiana. Nos tomamos nuestro tiempo antes de levantarnos para continuar nuestro viaje.

Hasta la capilla del Santo Cristo

Desprenden las calles de Almogía aromas de comida contundente, de alimento recio y serrano. La chanfaina (chivo con aliño de almendras), las sopas de puchero, el salmorejo y el gazpachuelo, el plato de los montes (un contundente combinado de huevos fritos, chorizos, etc.) son algunas de sus ofertas culinarias. Las calles se recortan, las indicaciones nos van llevando por la calle San Sebastián hacia abajo. Pronto vemos la torre campanario de la iglesia que sobresale entre los tejados, tras una curva más del trazado. Llegamos hasta su puerta que encontramos abierta. Es un templo poderoso, majestuoso. La torre alcanza una altura considerable. El interior de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción nos sorprende por tener una serie de capillas laterales historiadísimas y de compleja arquitectura, así como por el color azul que se desprende de sus vidrieras y que inunda el altar mayor. El artesonado de madera es impresionante, con unos tirantes y puentes de sujeción labrados hasta lo mínimo. El templo se erigió en el siglo XVI, pero fue ampliamente restaurado en el siglo XIX. El origen de esta amplia restauración fue el terremoto que padeció Málaga a finales del XIX y que afecto a toda la provincia, especialmente la Axarquía como ya hemos relatado en este blog de viajes. Salimos de la iglesia. En la parte baja del municipio nos encontramos con algunas casas más señoriales, que destilan cierto relumbrón. Llegamos hasta la plaza de la Constitución, de la que parte la calle Sevilla que nos sorprende con dos elementos insólitos. Un gran arco que precede a unas estrechas escaleras en ascensión y en la pared derecha, un gran mural en tonos sepias con texto e imágenes antiguas en las que se explica y pone en relieve la historia del municipio. En la plaza en sí, una fuente de cinco caños refresca con su murmullo a las mesas que lo circundan. Varios moriscos y varios visitantes toman, sentados en ellas, un refrigerio de media mañana. En la base de la fuente se puede leer la siguiente frase firmada por Vicente Andrada Fernández “Almogía la olvidada y la siempre querida y añorada”. Desde la plaza parte también la calle Cristo, donde se encuentra, apenas a veinte metros la pequeña capilla del mismo nombre. Construida en el siglo XVII y obligatoriamente restaurada en el siglo XIX es un templo muy reducido, con una sencilla imagen en su interior. Antes de llegar a la capilla hemos encontrado varias casas con grandes portadas en zaguán que hunden el hogar en la fresca sombra de su intimidad. Muchas de las puertas de Almogía permanecen abiertas para permitir la entrada del aire tibio de la calle. Sin afán de cotilleo, entrevemos algunas escenas cotidianas. Una mujer que remueve un puchero, un niño jugando sobre una alfombra, un hombre mayor tallando un bastón en un patio. Algunos de ellos nos saludan afables.

La Torre de la Vela

Regresamos sobre nuestros pasos hasta la entrada de la iglesia. Desde la calle lateral derecha, la calle Viento, una indicación nos dirige hacia la Torre de la Vela. Juegan los niños en las calles tranquilas y peatonales, calles que ascienden y descienden, cantan canciones infantiles y trabamos conversación con ellos. Dos, niño y niña, son rubísimos y de ojos azul celeste. Nos hablan en inglés y en castellano a la par. La relativa proximidad de Almogía a la capital de la provincia ha hecho que posee una considerable población residente extranjera. Más tarde, cuando nos dispongamos a comer, lo haremos junto a un buen puñado de hombres y mujeres ingleses que saludan a sus vecinos moriscos con cordialidad. Surgen de los patios y de las puertas abiertas aromas a puchero antiguo. La ascensión hacia la Torre de la Vela no resulta especialmente dura, transcurre por una serie de calles que, de pronto, se transforman en mirador. Surge casi de pronto, un murete bajo de color blanquísimo que contrasta con el paisaje que se contempla al fondo. Verde y abrupto, salpicado de algunas manchas blancas en forma de cortijos reconvertidos, de alquerías, de fincas. Nos paramos, apoyamos los brazos sobre el muro y contemplamos el paisaje con deleite. El caserío de Almogía desciende hasta el fondo del valle a la derecha, las trochas y pistas recorren el lomo de las montañas próximas, las más lejanas se pierden en la calina. Nos mantenemos ahí un rato, con la figura de la torre a punto de asomarse. Llegamos a la calle Oveja y seguimos por nuestra izquierda, así, llegamos hasta la Torre de la Vela. Sólo es un resto, pero aún imponente, y nos ayuda a imaginar cómo hubo de ser aquella fortaleza que participó en las revueltas de Omar Ben Hafsún contra la cúpula de la Córdoba de los Omeyas. Un caballo ramonea en el promontorio y eso permite agudizar aún más la imaginación. Sólo falta un morisco cabalgándolo. Desde la Torre de la Vela se obtiene una panorámica magnífica del entorno.

Hacia la vitualla y las carreteras secundarias

Desde aquí descendemos por la calle Alta hasta llegar de nuevo a la calle San Sebastián. Ascendemos y nuestra subida va a tener recompensa, Paramos en el bar Chiquetete, un local junto a la carretera que nos llevará a Málaga. Pedimos, entre la sucinta carta que incluye fritura de pescaíto, una brocheta de pollo y un solomillo de cerdo. Para beber, un refresco de cola y una botella de agua de litro y medio. Desde la terraza comprobamos el trajín, el ir y venir de los coches y de las gentes. Degustamos los platos, que vienen acompañados de patatas fritas y alioli, con deleite. El total de la cuenta asciende a 22 euros. Antes de marchar preguntamos al camarero por el mejor camino para llegar a Málaga. – Siguen por aquí delante y a unos dos kilómetros la carretera se bifurca, a la izquierda se va por la carretera vieja que está asfaltada y en buen estado pero con muchas curvas, y a la derecha comienza una cuesta enorme. La carretera no está asfaltada, pero tiene un camino de hormigón, es más corto, tiene menos curvas y llega hasta Campanillas-, nos explica. – Y usted, ¿cuál escogería?-, preguntamos. – Sin duda la de la cuesta-, nos responde.

Despedida

Y eso hacemos. Paramos, antes de iniciar nuestro regreso, en un mirador que nos ofrece una extensa panorámica de Almogía sobre la montaña. El mirador, decorado con pequeños azulejos ofrece todos los escudos de los municipios de la provincia malagueña. Buscamos los 16 que nos faltan por visitar en esta andadura que es El Color Azul del Cielo. Tiramos un par de fotos al caserío blanco e imaginamos el trajín que tuvieron que tener estas carreteras, antes trochas, pistas y calzadas en la antigüedad. Los romanos, los árabes y mozárabes, los moriscos, las tropas cristianas, la burguesía madrileña y malagueña en un ir y venir continuo. Málaga esconde muchos secretos y Almogía es uno de ellos.

Enlaces de interés e información turística

Día de la almendra: En este evento, a través de una serie de stands, más de cincuenta artesanos de la comarca exhiben a vecinos y visitantes sus productos autóctonos como carnes, quesos, embutidos y, por supuesto, todos los derivados imaginables de la almendra. La jornada pretende además, mostrar al público los modos del cultivo y recogida tradicional de este fruto, centro durante años de la economía morisca. El Día de la Almendra reúne en Almogía a miles de personas que degustan chanfaina, porra blanca, ajoblanco, vino dulce, quesadas de almendra, etc… El evento está acompañado en todo momento de música tradicional donde no faltan los verdiales y se completa con talleres de animación y la representación de oficios tradicionales como talabartería, trabajos de pleita y el descapotado, partido y repelado de la almendra.
Los verdiales: Fiesta de Verdiales de las Tres Cruces, declarada Fiesta de Singularidad Turística Provincial en 2009, y que tiene lugar el primer domingo de mayo. La celebración se desarrolla en los alrededores de la ermita de las Tres Cruces, situada en los límites de los términos municipales de Almogía, Pizarra, Cártama y Álora. Pandas de verdiales de estos cuatro pueblos realizan el singular ‘choque’ entre pandas, que no es sino una demostración del buen hacer folclórico de cada una de estas agrupaciones. Pero la devoción por los verdiales del municipio de Almogía no queda sólo aquí, ya que en el mes de agosto se celebra el Concurso Cuna de Verdiales. Un festival que en 2010 cumple su vigesimoquinto aniversario y que rinde culto a este estilo de música tan malagueño. Durante la celebración se entrega el premio al Fiestero de Honor, galardón que recae sobre una persona que se haya distinguido en la práctica, estudio o rescate de los verdiales”, tal y como apunta la información extraída de la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol. (Fotografía extraída de la página web del ayuntamiento de Almogía)
Enlaces de interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web municipal de Almogía. Asimismo hemos visitado la página personal Almogía.net y la completísima web oficial de la Hermandad del Santo Cristo de la Vera Cruz, Santo Entierro, Nuestra Señora de los Dolores y María Santísima de Concepción y Lágrimas.

Este blog queda abierto a los comentarios, anotaciones, opiniones que los navegantes deseen realizar. Nos vemos en El Color Azul del Cielo.

23 CAÑETE LA REAL: HINS QANNIT, LA MIRADA DEL VIGÍA

martes, 15 de septiembre de 2009

Hins Qannit se llamaba con su otero almenado como testigo y vigía del paso del tiempo. Hins Qannit de moros y cristianos, de guerras y fronteras. Hins Qannit de pasado convulso y presente adictivo. Hins Qannit que hoy se llama Cañete la Real. Hins Qannit con la imagen de la campiña a sus pies. Hins Qannit a la que se rindieron los árabes a la que se rindieron los castellanos, a la que se rinde hoy el viajero. Hins Qannit que conjuga el pasado y el presente en una fusión deliciosa. Cañete la Real para descubrirse, para disfrutarse. Cañete la Real que fue Hins Qannit.

Aproximación y primeras impresiones

Denso y profundo amarillo, cereal y olivo que nos acompaña en el camino a Cañete la Real. Los modernos y quijotescos molinos mecen sus aspas al compás que les marca el viento. Las lomas, ondulaciones breves que ascienden y descienden con suavidad, transmiten una sensación de profunda serenidad en este paisaje que fue terreno fronterizo repleto de batallas y sangre, de guerras inacabadas, de posesiones moras y árabes y castellanas y cristianas y vuelta a empezar. Cerros que vieron crecer a la romana ciudad de Flavia Sabora entre el perfume del trigo aventado. Así, se asoma Cañete la Real acunada entre dos montañas como un manchón blanco sobre su falda. Destaca entre el caserío la torre cuadrangular, sólida, seria, enhiesta e imaginamos allí arriba, encaramado la pose estatuaria de un vigía, quizá del propio Omar Ben Hafsun oteando el horizonte. Según nos acercamos al casco urbano el horizonte se torna apabullante, ante nosotros se extiende la campiña que precede a la comarca antequerana.

El espectáculo de la arquitectura

Seguimos las direcciones que nos llevan hasta el centro del casco urbano y a la vera de la iglesia de San Sebastián estacionamos el coche. Un tramo más adelante se encuentra la plaza del ayuntamiento y en la misma calle también se pueden encontrar algunas plazas libres donde aparcar. Salir del coche y quedar gratamente sorprendidos es todo uno. A izquierda y derecha se erigen diversas casas de fachada señorial, casas del siglo XVIII majestuosas y cuidadas al detalle que impresionan por su estado de conservación y su poderío. En esa misma calle, la esquina izquierda está ocupada por una de las paredes laterales del convento del Santísimo Sacramento. A nuestra espalda, despegando hacia el cielo se encuentra la iglesia de San Sebastián un edificio casi etéreo que destaca por los colores grana y albero intenso de la portada y la torre y los ribetes de azul que marcan un fuerte contraste con el resto de los pigmentos. La entrada a la parroquia preside la calle y la transforma en una suerte de antesala de la misma. Su interior, de profusa decoración, está repleto de frangancias florales. El altar mayor decorado con la delicadeza previa a las fiestas de la Santa Patrona la Virgen del Cañosanto que se celebran el tercer fin de semana de septiembre y que han traido hasta la iglesia ramos y ramos de flores. El templo, con sus camerines decorados al detalle, no resulta exagerado ni artificioso. Y ésta es quizá una de las cualidades que presiden Cañete la Real, todo resulta afable y natural, desde su posición estratégica y arquitectura destacada hasta las ganas de agradar de sus gentes. Charlamos con una feligresa que nos explica que esta misma noche, a las diez, se rezará una novena, que la iglesia se llena y que entonces, iluminada, cobra realmente todo su esplendor. Después de sacar varias fotografías, salimos al exterior, de nuevo a esa calle señorial que resulta casi apabullante. Nos llama poderosamente la atención una casa de fachada azul, algo desvencijada, pero que con su balconada de cristales emplomados asomada a la calle y su aire indiano nos subyuga. Su color, su estructura, el patio que podríamos adivinar en su interior atrae como un imán. Destaca entre todas ellas, todas blanco puro, precisamente por su color azul que nos remite al cielo y al mar y que, pese a su estilo, completamente castellano nos hace recordar algo del mundo andalusí. Continuamos caminando por la calle y, accedemos a la plaza de Andalucía, rodeando el convento del Santísimo Sacramento y Sta. Teresa de Jesús de las monjas carmelitas, fundado en el año 1662. La puerta al convento permanece entornada y sabemos que se pueden adquirir dulces. El torno permanece abierto de 09:30 a 13:00 horas y de 16:45 a 18:30 horas. En una placa situada en el hall de acceso y sobre la entrada al torno donde se depositan las compras realizadas se solicita que las peticiones se realicen dentro del horario de torno y a ser posible los domingos, así que optamos por no molestar la calma de las carmelitas y continuar nuestro recorrido por Cañete la Real.

Camino del Castillo

Desde la plaza de Andalucía, donde a la derecha se sitúa el ayuntamiento de Cañete se puede acceder al castillo por tres direcciones. La que está indicada y que es aconsejable si se quiere subir en coche u otras dos. La primera de ellas es atravesando un arco que precede a una calle ascendente y empedrada, situada tras una estatua con la Virgen del Cañosanto, patrona del municipio. Se cruza el arco y tras caminar de veinte a treinta metros se llega a una bifuracación con una curva que hace un giro de casi 180º o que continúa hacia adelante. Debemos tomar la curva, adentrarnos en la calle Porras, donde a la izquierda veremos la verja de entrada al castillo. No tiene perdida porque vamos a caminar continuamente a su sombra. La segunda de las opciones es continuar caminando por la calle del ayuntamiento hacia adelante y tomar la primera a la derecha, la calle Porras que dobla, nuevamente a la derecha, de esta manera, también encontraremos la verja de entrada. Tanto por un camino como por otro no se tardan más de diez minutos en ascender hasta el que fuera probable origen de Cañete la Real, el castillo de Hins Qannit.

Hins Qannit

Las vistas desde esta atalaya que es el castillo imponen. Imponen por su majestuosidad y por lo inabarcable que parece el horizonte. La vista que cuando nos aproximábamos a Cañete la Real teníamos del municipio, la captamos ahora a la inversa. Somos nosotros, desde lo más alto los que estamos encajonados entre dos montañas, somos nosotros los vigías, casi los hijos y herederos del rebelde Omar Ben Hafsún. Se extiende ante nuestra mirada parte de la llanura cerealista que precede a la comarca antequerana, cerrando la línea del horizonte, una imponente hilera de montañas. Hemos visto algunas fotografías desde el mismo lugar que ahora ocupamos. Es invierno, los tejados de Cañete, cargados de nieves, el color grana de la iglesia refulge como una brasa, la llanura que se extiende ante nuestra vista, como un enorme colchón blanco. Debe ser espectacular. Ahora nos muestra el paisaje del último retazo del verano y los amarillos y ocres priman por encima del resto. Estamos enrocados sobre las almenas y las murallas del castillo restaurado y reconstruido. Leemos los paneles explicativos que detallan las funciones de cada parte del recinto y, poco a poco, llegamos hasta el lugar que ocupa la Torre del Homenaje. Un imponente torreón cuadrangular de ventanas muy pequeñas y que se convierte en otero principal del pueblo. En su interior nos espera el Centro de Interpretación "Los Vigías del Territorio", un completo e intenso recorrido por el patrimonio histórico de Cañete y de la comarca del Guadalteba. En el centro nos acoge Gerardo, uno de los guías del centro y nos ofrece la posibilidad de acompañarnos. Aceptamos. En la primera planta realizamos un completo recorrido por la prehistoria y por la ciudad romana de Flavia Sabora, que fue por un tiempo la prolongación de Hins Qannit en la vega. Más próxima al agua, más próxima a los cultivos. Con las revueltas y las luchas fronterizas, los habitantes regresan a las alturas donde permanecen mejor y más guarecidos. Aquí podemos observar diversas monedas y utensilios de la época. En el segundo piso nos acercamos al mundo de Al-Ándalus a través de los objetos de uso cotidianos expuestos. Monedas, agujas, dedales, vasijas y ánforas. Gerardo nos explica todo con paciencia y detalle hasta la llegada de una veintena de moteros talluditos que reclaman su presencia para realizar la visita. Continuamos en la tercera planta por nuestra cuenta y vemos las réplicas de algunas armas de asedio, auténticas obras de ingeniería al servicio de la guerra. En las paredes se hace un recorrido por los diferentes castillos de la comarca y la historia de revueltas permanentes que protagonizaron durante años. Vemos un documental de diez minutos que nos relata la historia de Cañete la Real y sus diferentes enclaves y épocas. A la salida nos cruzamos con los moteros y nos despedimos de Gerardo que ya nos había pertrechado con abundante documentación a la entrada. Este castillo es un ejemplo de recuperación y rehabilitación de un espacio y de su aprovechamiento para el visitante y el vecino como un recurso cultural y turístico más. Los horarios son: de martes a sábados de 11:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00 horas; los domingos de 10:30 a 14:30 horas; y los lunes permanece cerrado excepto festivos. El teléfono para consultas es el 952.71.34.75.

Descenso, el convento de San Francisco y la discoteca

Para bajar al centro del pueblo, optamos por tomar la calle Porras y acceder así a la calle del ayuntamiento. Perderse por este dédalo intrincado es una delicia. La gran mayoría de las casas se encuentran en perfecto estado, cuidadas, mimadas, se dejan entrever algunos patios interiores a través de las puertas abiertas, umbríos, frescos, repletos de flores y macetas. Los vecinos y vecinas nos saludan amablemente al paso. Las calles empedradas acentúan este aspecto un tanto señorial que posee Cañete y algunas guirnaldas que preceden a la fiesta del próximo sábado ponen el toque desenfadado. Llegamos hasta el ayuntamiento y dejamos a la derecha los pósitos municipales que están en fase de rehabilitación. Descendemos por la calle Conde de las Infantas hasta llegar a la plazuela que precede a la entrada del convento de San Francisco. Un edificio robusto y serio, sin concesiones ni alharacas. Con una espadaña sin campana y una puerta con un dintel sencillo. Hay una placa junto a ella. Leemos que el convento tuvo adosado un claustro que se utilizó durante varios años como discoteca hasta que el ayuntamiento de Cañete lo compró para destinarlo a usos culturales. El paseo nos ha abierto el apetito, así que ascendemos la pequeña cuesta que nos ha llevado hasta el convento y entramos en un bar: Bar Andaluz.

El almuerzo y la charla en el Bar Andaluz

Antes de comenzar el relato de los hechos, pedimos disculpas por no publicar fotografías del almuerzo. Las consumiciones fueron saliendo una tras otra y la charla con el dueño del bar, Juanma, nos hizo olvidar la cámara fotográfica. El Bar Andaluz es una tasca típica y popular, varios cañeteros y visitantes se dan cita en la misma y piden cervezas a tercios y quintos acompañadas de tapas variadas. Es un establecimiento bullicioso, alegre, de ambiente distendido, de hablar alto y desenfadado. Pedimos dos cervezas, quintos, y una tapa de morcilla y una de caballa. - No tenemos morcilla, pero tengo una longaniza ibérica que quita el sentido, - nos informa Juanma. - Pues sea longaniza entonces, por cierto ¿qué son mogollones? (aparece en la pizarra de pedidos y no logramos identificar qué tipo de producto es). - Pimientos morrones, a mogollones para acompañar la tapa- contesta ufano el encargado. Entablamos conversación con Juanma y nos comenta que Cañete es un pueblo que merece la pena ser visitado, que el próximo sábado es la feria y que el municipio se pone impresionante de ambiente, de gentío. Mientras conversamos se deja caer una tapa de anchoas, otra de queso de Navarra, dos cervezas más, esta vez tercios. Se nota que Juanma ama su pueblo. Atiende a unos y a otros y regresa de nuevo con nosotros a seguir la charla. Le contamos en qué consiste el proyecto de El Color Azul del Cielo y nos dice que dejemos bien alto el nombre de su pueblo. Insiste y le aseguramos que recomendaremos la visita a Cañete la Real de todo corazón, además, como diría el propio Juanma - A un amigo, lo que haga falta. Seguimos charlando y seguimos y seguimos y pensamos que este próximo sábado, tercero del mes de septiembre, quizá sea una buena idea acercarse a la feria de Cañete la Real.

Recomendaciones y enlaces de interés

Más visitas: En Cañete la Real también se puede visitar la pedanía de Ortegical donde se ubican una torre vigía y un puente romano en las inmediaciones de lo que antiguamente fuera Flavia Sabora.
Enlaces de interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol, a la que sumamos la página web municipal de Cañete la Real y la de la Red de Patrimonio del Guadalteba.

Este blog queda abierto a todas las sugerencias y recomendaciones de sus lectores. Quiere ser una puerta abierta y cuantas más opciones haya, mejor. Os esperamos en El Color Azul del Cielo.