RSS

EN / 19 ALCORNOCALES: El bosque antiguo

martes, 27 de diciembre de 2011

Es el bosque primigenio, la foresta antigua, primitiva. Se remonta su memoria allende el tiempo inmemorial de la Era Cenozoica, cuando aún el mediterráneo era trópico húmedo y cálido, poblado de criaturas imposibles, de plantas magníficas, hace 60 millones de años. Queda aún el murmullo denso de ese mundo inaccesible en algunos rincones de Los Alcornocales, como un rastro, una huella del mundo que fue y que ha evolucionado para convertirse en otro nuevo, más complejo, más rico, más sabio. Muestra Alcornocales su secreto solo a los que en su interior se adentran, a los viajeros que dejan atrás las carreteras transitadas de bullicios y anhelan el contacto firme con una naturaleza aún por domesticar, casi en estado puro, con la mácula decente de la agricultura cabal, de la ganadería sostenible. Entre sus estrechos y canutos vive el bosque, su espíritu pergeñado en verdes y ocres de otoño. Los Alconocales no aparece, hay que buscarlo, descubrirlo, acudir como si de una llamada telúrica se tratara. Para que el Parque Natural desvele sus senderos, sus caminos apenas insinuados, hay que internarse entre sus árboles, rozar con la yema de los dedos la superficie de los troncos, acariciar las heridas de sus raíces centenarias. Tiene magia literaria, esa esencia que destilan Jack London o Delibes cuando hablan de la naturaleza indómita. Nos adentramos en el Parque natural, el alcornocal más grande y mejor conservado de España.

El Parque Natural de Los Alcornocales

170.025 hectáreas de superficie, de las cuales, 12.289 ha corresponden a la provincia de Málaga, y no sería correcto decir solo 12.289 ha son malagueñas, porque dada la profusión de especies vegetales y animales que alberga, el adverbio sería además de injusto, pobre. Ya que en el territorio provincial del Parque Natural de Los Alconocales se pueden encontrar espacios insólitos y únicos como los denominados “canutos”, bosques tropicales de laurisilva, una antigua alquería reconvertida en rústica, auténtica, opción de turismo rural, un pico con nombre de agua, una ermita derruida, helechos asombrosos, centenares de oquedades y abrigos naturales donde el homo sapiens del Paleolítico Inferior dejó constancia de su cosmogonía, de su mundo y alrededores, en forma de pinturas rupestres, aves emigrantes que cruzan sus cielos en busca de África… Toda una retahíla que podría llenar cientos de blocs de naturalistas, antropólogos, senderistas, ganaderos o arqueólogos.
Por de pronto, las especies forestales catalogadas, además de las 80.000 ha que ocupa el alcornoque, se componen de laurisilva, laurel, acebo, alisos y fresnos, álamos, helechos, plantas trepadoras, rododendros, acebuches, algarrobos, palmitos, lentiscos, jaras y torviscos, majuelos, cantuesos o brezos.
Su pasado prehistórico hace que Los Alconocales tenga un carácter singular. Hace 60 millones de años, la zona que hoy ocupa el Parque Natural era más cálida y húmeda que en la actualidad, este hecho propició la aparición de selvas tropicales que con el devenir del tiempo fueron desapareciendo con la desecación del clima y el entorno. Algunos reductos de estas selvas primigenias pudieron conservarse en lugares cerrados y angostos, donde la humedad se mantuvo a niveles altos (el parque tiene un índice pluviométrico de 1.000 litros anuales por metro cuadrado), precisamente este es el caso de Los Alconocales, donde se conserva la última selva mediterránea que se puede considerar como tal.
Precisamente esas zonas de cortados abruptos, de barrancos húmedos propiciaron la aparición de un ecosistema único en Europa, los llamados “canutos”, una serie de valles estrechos y cerrados por una tupida vegetación que hacen la función de invernaderos naturales, propiciando la aparición de especies endémicas y singulares en un territorio como este. Los “canutos” de Los Alconocales son únicos en España y uno de los pocos reductos de Europa junto con Turquía donde pueden apreciarse.
Además de la riqueza forestal, la faunística es rica e igualmente sorprendente. Águilas culebreras y calzadas, alimoches, milanos negros, cigüeñas blancas y negras, halcones abejeros, meloncillos, corzo y gato montés, nutrias, ginetas, ciervos, jabalíes, buitres leonados y búhos reales con algunas de las especies que habitan de manera permanente el área del parque, a las que hay que sumar las aves migratorias. Dado su situación estratégica que comunica el sur de Europa con África, son muchas las aves que utilizan este corredor natural en sus movimientos anuales. Si bien no nidifican en el parque, sí es habitual en primavera y otoño contemplar el paso de bandadas de aves formadas por miles de ejemplares y ofreciendo un espectáculo único.
Cerca de 400.000 personas viven en el entono del Parque Natural, son 17 municipios los que se incluyen en el interior del espacio protegido, d elos cuales, uno de ellos, Cortes de la Frontera, es malagueño. Se da la circunstancia de que las 4.531 ha que le corresponden son de las mejor conservadas de todo Alcornocales y en las que se ubica el complejo rústico-turístico más original, el del Área Recreativa de La Sauceda.
El espectacular entorno natural, no desmerece a la complejidad de la historia que se ha vivido en estos lares. El ser humano ha vivido en las lindes y el interior del parque de manera casi permanente desde la prehistoria, haciendo de la recolección del corcho una forma de vida, así como de la ganadería y del pastoreo, creando una armonía entre explotación comercial y sostenibilidad más que sólida. El corcho que se extrae de la corteza de los alcornoques se extrae cada nueve años. En este tiempo hay que dejar madurar al árbol, permitir que la corteza crezca de nuevo, mimarlo y cuidarlo para conseguir un producto de primera calidad. Esta particularidad en el tratamiento del corcho, hace que las zonas explotadas se regeneren de manera completamente natural, pero con las atenciones y cuidados del ser humano, generando una simbiosis única. El ganado vacuno, retinto, ramonea en las zonas de bujeo, abona el terreno de manera natural y mantiene limpio el suelo del bosque.
En 1970 Los Alcornocales fue declarado Reserva Nacional de Caza y en 1989, Parque Natural.

En el bosque

Llegar hasta el Área Recreativa de La Sauceda es ya un elogio del paisaje. La carretera, serpea entre barrancos, entre una masa verde de árboles antiguos. El caminar es lento, despacioso. Digerimos el paisaje mientras nos sumergimos en él, su grandiosidad, su apartada localización, la espectacularidad de sus variados horizontes. La Sauceda se encuentra en la cola de Málaga, es casi una península malagueña que se adentra en Cádiz a través del término municipal de Cortes de la Frontera. Para llegar hasta allí se pueden recorrer varios caminos, desde la A-373 en la carretera Ronda – Algeciras, o a través de Jimena de la Frontera, dirección Ubrique, llegando desde Sotogrande. El acceso no es sencillo y quizá ahí resida parte del éxito de su conservación. Pese a todo es un lugar sorprendentemente concurrido en los fines de semana y festivos, las diferentes rutas que parten desde el área recreativa, de distintos niveles y accesibilidad, el complejo turístico rural y la magia del entorno resultan un atractivo más que destacado para aquellos que deseen acercarse a esta naturaleza asilvestrada.
Más que caminar, uno se zambulle en el mar de verdes, ocres, en el óleo de colores intensos que pinta Alcornocales. Una vez dentro, nos invade la sensación de pertenencia a algo muy superior a nosotros mismos, un ente total que dibuja y colorea con cuidado extremo lugares como este, insuflándoles la vida. Es la Naturaleza, con mayúsculas, de la que formamos parte y que la vida urbanita parece haber borrado de nuestro ADN. Pertenecemos a este mundo olvidado, provenimos de sus cavernas, de sus oquedades, de sus refugios y abrigos. Ya hemos caminado, nuestra memoria genética lo atestigua, por estos senderos colmados de helechos, protegidos por ramas antiguas, trufados de sombras, embebidos de lluvia y de rocío. Hemos pisado ya esta tierra oscura, de arcilla primera, hemos rozado con los dedos los árboles de antaño, hemos escuchado el sonido de los animales agazapados y huidizos. Y ahora lo descubrimos como si fuera la primera vez.
Hemos estacionado el coche en el parking que hay junto a la carretera y nos disponemos a hacer un sendero que nos permitirá conocer de manera muy accesible la esencia de Alcornocales. Caminaremos en sentido contrario al que lo hace la gran mayoría de personas que visitan el parque desde la Sauceda. Iremos hasta la Casa Forestal, ascenderemos por una pendiente prolongada y suave, a través de una zona de bujeo y arcillas, para adentrarnos en el bosque cerrado de alcornoques, visitar la Laguna del Moral, para descender hasta llegar al complejo rural de La Sauceda, almorzar junto a la antigua ermita derruida y descender por el barranco de Pasadallana de nuevo hasta el parking. En el trayecto nos cruzaremos con el sendero Travesía del Aljibe, que si la seguimos nos llevaría hasta el pico del mismo nombre, a 1.092 metros de altitud y con unas vistas asombrosas de las costas malagueña y gaditana. Normalmente, los senderistas que llegan hasta el área recreativa lo hacen desde la entrada situada a la izquierda, lo que les llevará a tener que subir a través de una cuesta más pronunciada y si se carga con material para pasar la noche o el día en las cabañas se hará más costoso. El recorrido desde la Casa Forestal es algo más largo, pero mucho menos elevado, discurre en un cien por cien por pista y resulta menos fatigoso.
Ascendemos, cruzamos las alambradas que impiden el escape del ganado a través de los pasos habilitados. Los alcornoques, evidentes desde la carretera, se hacen una realidad casi desde el inicio del camino. De tronco grueso, retorcido sobre sí mismo muestran las cartas de su fortaleza y ancianidad. Cogemos altura y un nuevo paisaje se abre tras de nosotros, la serranía de Ronda con sus altos picos destaca en el horizonte, una espesa cubierta forestal apenas deja llanos sin ocupar, que se asemejan a islas perdidas en un mar verde. La tierra que pisamos es oscura, arcillosa y rojiza. Se abren algunos pastos aquí y allá y se escucha el tintineo escondido de las esquilas de la ganadería retinta. Caminamos, cruzamos un par de alambradas más. El cielo de otoño es azul y rotundo y contrasta fuertemente con las primeras sombras que proporciona el bosque. Este bosque que parece extraído de una novela de Tolkien, que nos ayuda a imaginar la presencia de los seres enigmáticos de las tradiciones populares. Las ruinas de algunas casas abandonadas ayudan a recrear un mundo imaginario, alimentado entre las luces y las penumbras, entre las veredas umbrías, al calor de las brasas en invierno.
El bosque se cierra sobre nosotros y el suelo se puebla de hojas caídas que alfombran el camino. Comienzan a escucharse otros sonidos, el de los frutos que caen aquí y allá, huidizos, quebradizo su sonido, el zumbido permanente de los insectos que escuchamos y no vemos.
Juega la luz con la sombra en un entretenimiento de equívocos, mostrando los colores del otoño, ocres, rojizos, pajizos, para velarlos luego a nuestra vista. Caminamos y confundimos los hitos del camino con rastros de huellas primitivas. Los helechos, quebradizos en este otoño tardío se arremolinan junto al tronco de los árboles, algunos de ellos con el tronco pelado. Sus ramas se retuercen hasta crear figuras antropomorfas, asemejan seres humanos elevando los brazos al aire, buscando con los dedos el sol que no penetra hasta el interior profundo del bosque. Caminamos. Caminamos.
Y percibimos los ecos de las guerras antiguas y modernas. De la Guerra de la Independencia contra Francia, que por estos pagos dejó guerrillas ocultas, bandoleros terciados, cuevas habitadas e historias de faca y trabuco. O de la Guerra Civil, que tiñó con sangre este bosque primero, de pólvora renegrida de odios, que terminó con las construcciones humanas, derruyéndolas hasta que fueron engullidas por la foresta. Estos ecos también resuenan en nuestro sendero, cargando nuestra mochila con voces que van más allá de la propia naturaleza.
Nos descoloca algún rayo de sol que se cuela con un haz polvoriento entre el follaje y quizá eso nos llevará a la confusión que nos impidió alcanzar la Laguna del Moral y nos ayudó a descubrir otros y nuevos caminos fuera del mapa y del plano que llevábamos y una imagen poderosa que aún permanece en nuestras retinas. Un caballo blanco.
Como una aparición, después de abandonar el camino principal para retomar la que creíamos era la senda correcta, se apareció ante nosotros la silueta inconcebibles de una casa de piedra, semejante a un refugio de montaña. Permanecía cerrada y nada más que el murmullo de un río llegaba hasta nosotros. Tras esa primera casa, aparece otra y con una tercera forman un precario patio en el que reposa, y nos mira, un caballo blanco. Las ramas de los árboles parecen querer arañar el tejado de las casas. Avanzamos internándonos en este poblado de sabor añejo hasta descubrir una placa solar, un land rover estacionado junto a las casas y un hombre que sale de una de ellas. Hemos llegado al poblado abandonado de La Sauceda que ha reconvertido su caserío en unas sólidas y sencillas casas de turismo rural en las que se puede recrear la vida del pasado próximo, sin agua corriente y sin luz y a 15 euros la noche. Charlamos con el hombre, nos indica que el poblado se gestiona desde la Casa Forestal que hay junto al aparcamiento y que suelen estar bastante concurridas. Entramos en una de ellas. Dos literas, un pared entre ellas, un gran chimenea. Nada más. Lo precario se transforma en añejo y auténtico y anotamos mentalmente pasar aquí en los meses venideros una, dos o tres noches, al amor del lar encendido, junto a la chimenea, dispuestos a contar historias antiguas a la luz de las velas, con el espíritu de los viajeros románticos del XIX. Esta zona está situada en la parte superior del poblado, algo más alejada de la ruta que lleva al Aljibe y no cerca de la cabaña equipada con lavabos, duchas y barbacoas, de ahí su tranquilidad. Apenas cien metros más allá comenzamos a descubrir los indicios de otros senderistas que tiene como objetivo único llegar hasta aquí y acampar para pasar la noche. Con un grupo algo más preparado, mochila al hombro, buenas botas, bastón a la mano, que se dirigen hacia la Travesía. Llegamos así hasta la antigua ermita, semiderruida, que dota al paisaje de un tono más irreal aún. Tiramos fotos, nos abrigamos tras la marcha, nos sentamos en una de las múltiples mesas de madera y damos buena cuenta de las pitanzas, queso y longanizas que hemos traído. Hablamos del paisaje que nos rodea, de la magia de la naturaleza, del lugar único que supone Los Alcornocales, del reporterismo de viajes, de Málaga y sus tesoros, de los rincones escondidos. Un buen tiento de agua fresca y seguimos camino de descenso.
Se transforma aquí el bosque. El camino que baja hasta el parking es más pronunciddo en su desnivel, más estrecho y sortea en más de una ocasión los arroyos que lo cruzan. Rocas desgajadas de las montañas reposan en sus cauces y dejan lucir su pátina espléndida de verdín, de líquenes adheridos a su piel rugosa. Nos cruzamos con grupos de senderistas que suben o bajan, algunos pertrechados para pasar noche en las cabañas, otros en deportivas, otros ansiosos por descubrir, un grupo de niños que corretean. Nos salimos de la ruta marcada en un par de ocasiones para descubrir los restos de un antiguo molino, algunos lienzos de muros, algunas techumbres derruidas. El murmullo del agua nos precede. Tras cruzar una última valla que cerramos a nuestro paso llegamos a campo abierto, sin solución de continuidad, parece que hayamos saltado del bosque al prado sin hacer una concesión a la transición.
La foresta se cierra tras nosotros y parece engullir a los caminantes que ascienden, entre la sobra verde de los alcornoques. Adiós. Hasta pronto.

Despedida


El caballo blanco gira su enorme testuz hacia nosotros. Parpadea su enorme ojo y en él se refleja el verde intenso, el azul rotundo y radical, el ocre delicado. Parpadea su enorme ojo y en él vemos al viajero romántico, al bandolero, al soldado republicano agazapado. Parpadea su enorme ojo y en él contemplamos la inmensidad del parque natural, la riqueza de su tierra embebida de humedad centenaria, el abrazo milenario de sus raíces, la profundidad de sus barrancos y simas. Parpadea su enorme ojo y en él se escriben los relatos que pueblan y alimentan nuestra imaginación desde que éramos niños. Los Alcornocales es un lugar antiguo, muy antiguo, y en él queda el poso d ela historia de la tierra.

Enlaces de interés e información útil

Otras rutas senderistas en la parte malagueña de Los Alcornocales: Además de la ya mencionada aquí de La Laguna del Moral, el Parque Natural de Alcornocales en Málaga ofrece otras rutas como el carril bici de Cañillas-El Colmenar-Peñón Berrueco, o los senderos de la Garganta de la Pulga o La Sauceda, entre otros.

Enlaces de interés: Toda la información aparece en la página web del Patronato de Turismo de Málaga -Costa del Sol y en la web especializada de la Junta de Andalucía, la Ventana del Visitante. El Ayuntamiento de Cortes de la Frontera ofrece también información detallada, así como la entrada de este blog correspondiente a Cortes de la Frontera: 74 CORTES DE LA FRONTERA: Corazón de Parques Naturales. En la página web de Sauceda Aventura se pueden alquilar las casas rurales mencionadas en el reportaje. www.saucedaventura.com.


Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Paraje Natural Protegido.


Ver El Color Azul del Cielo "Espacios Naturales de Málaga" en un mapa más grande

Gracias a Paco y a Sara de nuevo por la grata compañía, por las conversaciones interminables y por el contundente avituallamiento.

1 comentarios:

FFL dijo...

Siempre es un placer compartir una mañana de campo contigo. Espero que en breve repitamos la experiencia. Un abrazo