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33 CARTAJIMA: ATARDECE EN EL ALTO GENAL

martes, 24 de noviembre de 2009

Al-Z'jaima la nombraban los árabes. Al-Z'jaima, "el lugar de más altura". Así, desde este otero privilegiado, donde la palabra atalaya cobra sentido literal, se observa el Valle del Genal inspirado por los aires otoñales y fundido entre la frondosidad de una innumerable paleta de amarillos y ocres y marrones y verdes... Hemos dejado atrás la vecina Júzcar, apenas a cinco kilómetros de distancia, y nos dirigimos, disfrutando de este paisaje que se introduce hasta lo más profundo de la piel, a Cartajima, municipio más elevado de la serranía rondeña con 850 metros de altitud que permite obtener una panorámica absolutamente excepcional del Alto Genal. Sobrecoge la inspiración que el otoño a introducido en el paisaje, la pereza de la luz tamizada entre los castaños, el largo atardecer en el horizonte, cómo el sol parece acunarse entre las ligeras brumas... Se asemeja el bosque a un animal que respirase por sí mismo, tibio, acogedor, templado, despacioso. Un animal que guardase fuerzas para el próximo invierno de nieves e intensos fríos matinales. Corona Cartajima a estos densos bosques de castaños como si de una diadema blanca se tratara. Así la vemos, a la vera de la carretera, protegida por el paraje de Los Riscos, una dentada cadena de piedra kárstica que se eleva hacia el cielo. Estacionamos a la entrada, con ganas de adentrarnos caminando en el corazón de este municipio con carácter. Además, y dejando la elevada poética a un lado, el hambre aprieta. Es mediodía tardío y tras la visita al municipio vecino de Júzcar es hora de buscar un lugar donde aliviar más el cuerpo que el espíritu. Lo que no sabíamos era la sorpresa que el azar de la elección de restaurante nos iba a deparar.

Empezamos por lo último: la comida y la sorpresa

Salimos del coche, aparcado junto a las paredes del cementerio y comenzamos a caminar por la única calle que nos lleva al centro urbano. Intuimos ya el panorama que Cartajima nos va a ofrecer y echando la vista atrás comprobamos la majestad de Los Riscos, grises y dentados, como unas fauces abiertas. Un hombre nos observa y preguntamos. - Perdone, ¿sabría usted decirnos dónde podemos comer bien, casero?. - Por supuesto, en Casa Amalia, precisamente para allá voy, si quieren acompañarme-, nos contesta. No lo dudamos un instante. Su nombre es Eduardo y aunque no es nacido en Cartajima, toda su familia y él mismo han vivido aquí prácticamente desde siempre. Eduardo habla, afable y sonriente, nosotros escuchamos. - Antes, si había dos palmos de tierra entre piedras o rocas, se cultivaba. Allí se sembraban garbanzos, o cereal o lo que fuera. Ahora ya... nada, el campo es muy duro, muy sacrificado y los jóvenes no quieren saber de su cultivo. Eso sí, lo poco que hay es de calidad, se abona todo exclusivamente con estiércol, nada más, como se dice ahora.... ¡¡Cultivo ecológico!!-, se ríe. Nos habla de Los Riscos... -Que llegan desde la espalda de Cartajima hasta Júzcar y que nada tienen que envidiar al famoso Torcal de Antequera, eso sí, para visitarlo, mejor en primavera y acompañado de alguien del pueblo para no perderse. Poco a poco, con la charla, llegamos hasta Casa Amalia, también conocida como La Cosita Buena y que es casi una vivienda particular con una barra y un puñado de mesas situada en los bajos de la misma. Apenas dos o tres parroquianos. - Todo el mundo está en Parauta hoy, es la Fiesta del Conejo, así que tenemos alguna tapa y poco guiso-. Nos espeta el dueño del local. - Pues cuéntenos-. Le decimos. -Hay albóndigas, callos.... Optamos por una de cada y además por una cerveza con y otra cerveza sin. Delicioso, sabor casero cien por cien, con aromas de antaño. Al amor de estos sabores de siempre, pedimos otro par de tapas más, en este caso de panceta con huevo de codorniz. Muy ricas. Entre una y otra despedimos a Eduardo que se va y trabamos conversación con los propietarios del bar, Amalia y Baltasar. Nos hablan de la Fiesta del Mosto que se celebra en Cartajima, mosto casero y de una altísima calidad, que ha recibido numerosos premios. Charlamos acerca de las excelencias de la comida serrana, de los productos tan típicos, de sus particularidades. Sin preguntarnos, Baltasar nos sirve una ración de lomo en manteca. Delicioso. - Hecho ayer, se nos subraya. Hablamos de la vida en Cartajima, de los jóvenes... y es aquí donde estalla la sorpresa. - Mi hijo no vive con nosotros, vive en Guipúzcoa, trabaja con un cocinero que conoceréis, con Martín Berasategui -. Los ojos se nos abren como platos. Martín Berasategui es uno de los grandes maestros de la cocina internacional que posee una estrella michelín y que forma parte de ese puñado de cocineros modernos que han revolucionado la forma de entender la gastronomía transformándola en arte culinario. Amalia, la madre, nos trae un álbum de fotos en las que podemos ver al hijo de la pareja entre fogones con Berasategui en primer término, trajinando en la cocina mano a mano, de tú a tú. Y no sólo eso, sino que descubrimos que es uno de los integrantes de confianza de su equipo, una de las personas que diseñan el menú y el responsable del que Berasategui llama "el banco de pruebas". Su nombre: Baltasar Díaz Corbacho. Es joven y convendrá seguir la pista de este cocinero en el futuro. - La buena mano, ya sabemos de dónde viene-, comentamos a Amalia. Para despedir, Baltasar nos ofrece un regalo impresionante: una ensalada de amanita cesárea(conocida como "yema de huevo" y una de las mejores setas que se pueden encontrar) en crudo, acompañada de perejil, granada, ajo y una vinagreta. Baltasar nos cuenta que Martín Berasategui es el padrino de su hijo y que ahora está trabajando con él en el restaurante de Lasarte. Salidos ya de nuestra estupefacción, tras la buena comida y mejor conversación, desgranando anécdotas e intercambiando opiniones acerca de la vida en el pueblo, el turismo, los visitantes, los residentes extranjeros, etc., nos despedimos con una sensación cálida y gratificante en el cuerpo.

La atalaya enredada

Cuando salimos de Casa Amalia la luz ha cambiado un tanto, ahora se nos ofrece más lánguida, tostando los amarillos de los castaños, haciéndolos más intensos. La visita a Cartajima no tiene posibilidad de pérdida, una larga calle la rodea y muere en la única salida/entrada del municipio en un recorrido casi circular. Caminamos hacia una balconada que se asoma al valle, el manto de castaños asciende y desciende y se pierde en el horizonte. Adivinamos Parauta un tanto más abajo, también Igualeja... Las calles de Cartajima son como una cabellera ensortijada que se derrama aquí y allá, todas ellas de suelo empedrado, con casas de gruesas paredes y pequeñas ventanas. Cuando la mirada se pierde más allá de las callejas nos encontramos con los dorados castaños, densidad de tonos amarillos. Crecen las calles sin orden aparente, enredadas unas con otras, quizá exceptuando la calle Ancha, que entre tanto crisol de requiebros se nos presenta como una avenida recta, con pequeños naranjos a sus lados. Disfrutamos de la tarde. Llegan hasta nosotros los primeros aromas a café y castañas asadas (que imaginamos acompañadas de una copa de aguardiente). Resulta Cartajima poseer ese secreto intangible de algunos pueblos que les confiere un carácter especial que los diferencia, un algo indefinible conformado por la suma de incontables detalles cotidianos y sutiles... Además el corazón de Cartajima guarda una nueva sorpresa, la majestuosidad de la iglesia de la Virgen del Rosario. Ascendiendo por una de sus innumerables calles nos topamos, casi de bruces, con el templo, que situado tras una escalinata se asienta en uno de los lugares más elevados del pueblo, como un otero y vigía, como un faro sobre el Alto Genal. La iglesia es preciosa, de blanco inmaculado sus paredes y rojo carmesí su portada. Sencilla y recia, acompañada por flores que parecen elevarla aún más del suelo... Lo mejor para conocer a fondo Cartajima es perderse entre sus callejas, descubrir sus rincones sin salida, sus esquinas floreadas, charlar con su gente, propicia y dispuesta siempre a la conversación. El mayor valor de Cartajima es Cartajima misma.

Atardece en Cartajima

El sol desciende tras las montañas muy despacio, morosamente. Lo contemplamos sentados en las escaleras que preceden a la puerta de la iglesia. Ante nosotros, los castaños que comienzan a encenderse, los tejados del pueblo en las que destacan las chimeneas y las vaharadas de humo de las chimeneas. Como banda sonora, el trinar de los pájaros en la atardecida. Apagamos la cámara de fotos y guardamos el cuaderno de notas. Miramos el horizonte inflamado de rojos, en silencio, sintiendo el primer frescor de la brisa nocturna.

Enlaces útiles y consejos de interés

Los Riscos: Es un paraje natural de primer orden y pese a que algunos senderos están marcados, conviene ir acompañado de un guía local para disfrutar al cien por cien de su belleza. En el siguiente enlace se ofrecen algunos detalles geológicos destacados acompañados de fotografías: Malagapedia.
Yacimientos arqueológicos:
como se apunta en la web municipal de Cartajima "Fuera del pueblo existe yacimientos arqueológicos como la Cañada de Harife (termas romanas), el Cortijo del Ratón (necrópolis romana) y dos despoblados de la época medieval, los de Cartamón y Casapalma" que certifican la antigüedad del pueblo y su riqueza histórica.
Turismo Rural: Cartajima posee un amplio catálogo de casas rurales en las que disfrutar de unos días de asueto o de turismo activo gracias a la práctica del senderismo. En la propia web municipal aparecen algunas de ellas, pero también hay otras ofertas en internet.
Curiosidades: Sirva como curiosidad que Cartajima tuvo en las primeras décadas del siglo XIX una pequeña fábrica de cañones que se elaboraban con el hierro extraído de sus minas. El auge económico del municipio fue tal que se llegó a denominar como el "Cádiz chico"
Enlaces de interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol , la página web municipal de Cartajima y la página web personal Cartaxima.com.

Este blog queda abierto a todas las opiniones y sugerencias de sus lectores. Os esperamos en El Color Azul del Cielo.

32 JÚZCAR: ALIENTO DE OTOÑO

martes, 17 de noviembre de 2009

Otoño en el Alto Genal. Como una sierpe se adhiere la carretera a la ladera de la montaña. Si a la derecha observamos las crestas despobladas de las montañas, sólo roca gris apuntando al cielo, a la izquierda se abre un denso bosque de dorados castaños que, tupidísimo, cubre todo el valle como un manto de colores maduros. Destacan los caseríos inmaculados de los pueblos vecinos como auténticas joyas blancas, casi parecen jirones de algodón sobre unas nubes tostadas al sol del otoño. Cresteamos el Alto Genal desde la próxima Ronda y descubrimos el espectáculo natural que esta época del año extiende ante nuestros ojos. Parauta, Cartajima, Júzcar, Pujerra, Igualeja, Faraján, más allá Alpandeire y Atajate, pueblos serranos que cobran la intensidad de las primeras brasas de chimenea, los primeros aromas a puchero recio, los primeros fríos del invierno venidero y acechante. El Alto Genal es en otoño un espectáculo que se asemeja a esas pinturas de Van Gogh en las que los ocres se funden en centenares de matices y los amarillos se disuelven hasta confundirse unos con otros... Todo producto de las tonalidades con las que los castaños se pintan en este otoño entrado...

Llegada a Júzcar

Nos adentramos en ese mar ocre, nos cobijamos bajo su sombra... Es sobrecogedor. Las castañas alfombran el suelo en las plantaciones próximas a la carretera, en las mismas cunetas. Sentimos la tentación de parar y pisar esa tierra fértil que produce un fruto tan peculiar, con su forro picudo de pinchos y su primer aspecto agresivo, su posterior capa marrón brillante y su último corazón blanquísimo. Nos hacemos con un puñadito que nos llevaremos de recuerdo. Son estos lugares propicios para recorrerlos sin prisas, sucumbiendo a las tentaciones del momento para extraer su esencia más pura. Llegamos al término municipal de Júzcar, pueblo con algo más de doscientos habitantes y que no renuncia a su carácter rural y serrano como auténtica seña de identidad. Estacionamos nada más cruzar el cartel indicador de entrada al municipio. Nos pertrechamos y nos decidimos a caminar.

El corazón de Júzcar

Nada se escucha, salvo el trinar de los pájaros. Júzcar es un pueblo apretadísimo, compacto, con sabor añejo destilando por todos sus poros y equipado a la perfección, como comprobamos a simple vista, para ese tipo de turismo que busca sensaciones, emociones, que disfruta con todos los sentidos. Vemos algunos apartamentos rurales, el hotel restaurante "El Bandolero" y las indicaciones de algunos otros alojamientos. Descendemos por la calle Sol y enseguida nos percatamos de la singularidad con la que se indican los números de los portales y los nombres de las calles y plazas. Una simple loseta de piedra arenisca con el número pintado en negro. Sencillo y efectivo y que aporta un ejemplo del detalle con el que se miman estos pueblos. Saludamos a algunos vecinos y vecinas y observamos que algunas casas tienen junto a su puerta montones de leña apilada y cortada, dispuesta para el fuego y la brasa de la chimenea. El pueblo se sitúa sobre una superficie alargada arriscada sobre una ladera y parece mayor en superficie y habitantes de lo que realmente es. Caminamos en dirección a la iglesia por este sortilegio de calles que salvan el gran desnivel en el que están construidas con un prodigio de imaginativa arquitectura civil. Se recomienda caminar sin prisas, disfrutando del paseo, percibiendo los aromas a olla, a dulce de castañas... Ascender y descender por su empinado trazado sin urgencias, descubrir los rincones, dejarse llevar por la brisa serrana... Desembocamos en la plaza Virgen de Moclón, antesala para la iglesia parroquial de Santa Catalina y, prácticamente, único referente horizontal del municipio. El templo, a semejanza del municipio, es apretado y sencillo, de colores blanquísimos rematados por rojos casi incandescentes. Es un lugar perfecto para sentarse un rato y dejar volar la vista por los castaños que rodean el municipio, reposar las sensaciones y disfrutar. Nos cruzamos con un nutrido grupo de senderistas de todas las edades y condiciones. Son de la Peña de Senderismo Andarina de Granada. Vienen del fondo del valle, entre sudores y sonrisas cansadas. Preguntamos de dónde vienen, a dónde van. - Hemos dejado los coches en Pujerra y nuestra intención es recorrer desde allí los caminos que comunican Júzcar, Cartajima, Parauta e Igualeja. - Queda un buen trecho-, comentamos. - Sí, pero estamos muy animados -, aseguran. Despedimos al grupo, que se deshilacha según van subiendo la cuesta que les lleva hasta la carretera. Sobre la plaza de la Virgen de Moclón se sitúa el ayuntamiento y, junto a él, el cementerio, pequeño y estrechísimo. Parejo a la puerta del camposanto encontramos un monumento en el que se ve una efigie del Rey Felipe V y el nombre de la que fuera una de las primeras industrias de la Serranía de Ronda y la primera de su tipo de producción en España, "La nunca vista en España Real Fábrica de Hojalata y sus Adherentes, reinando los siempre invictos monarcas y Católicos Reyes don Felipe V y doña Isabel Farnesio", visita que vamos a intentar realizar más tarde gracias a las indicaciones que una vecina nos ha dado antes para localizar la zona y que está cargada de historia industrial y enigmas eremíticos. Será algo más tarde. Ahora ascendemos a la carretera y nos dirigimos al Bar Torricheli, que antes ya habíamos visto y que, pese a encontrarse junto a la carretera, ofrece unas vistas inmejorables del municipio y de los castaños que le rodean. La tropa senderista se ha acodado, con hambre, en la barra del bar y dejamos que sacien su apetito antes de saciar el nuestro. Pedimos una cerveza con, una cerveza sin, una tapa de albóndigas y un pitufo de bacon-queso. Todo casero, delicioso, las albóndigas esponjosas y bañadas en tomate natural. Cien por cien recomendable. Charlamos con el camarero y nos hace saber que son muchos los grupos de senderistas que los fines de semana se acercan hasta Júzcar para practicar este deporte, incluso bien adentrados el invierno y el verano. Ciclistas y motoristas también suelen formar una parroquia concurrida como comprobamos in situ. Nos despedimos sabiendo que este será, sin duda, un buen lugar para comer. Y económico, 4 euros toda la generosa consumición. Retomamos la dirección al coche para acceder hasta el carril que nos pondrá camino de Moclón y la antigua fábrica de hojalata.

Los ermitaños de Moclón y la fábrica de hojalata

Comienzos del siglo XIX, la pedanía de Moclón, parcialmente deshabitada ya entonces, fue ocupada a lo largo de varios años por distintos grupos de eremitas que veneraban a la virgen de mismo nombre que la pedanía y que vivían de la caridad vecinal y de lo que el campo les ofrecía. Al abrigo del Genal, pues Moclón se encuentra situada en el fondo del valle y junto al cauce del río, los ermitaños vivieron en relativa armonía hasta que diferentes conflictos y disputas entre ellos y las diferentes familias de la Iglesia Católica les obligaron a abandonar la zona. Forman parte estas historias de la realidad y de la leyenda, habiéndose constatado presencia de ermitaños en la zona de forma documental, pero nunca probada históricamente su importancia real. El poso que queda de aquellos tiempos es la procesión hasta la ermita de la Virgen de Moclón que los juzcareños realizan desde hace más de 300 años. Pero si las leyendas eremíticas no están totalmente documentadas, sí es así en el caso de "La nunca vista en España Real Fábrica de Hojalata y sus Adherentes, reinando los siempre invictos monarcas y Católicos Reyes don Felipe V y doña Isabel Farnesio", que era el rimbombante nombre que recibía la fábrica de hojalata. Un libro publicado por Altos Hornos de Vizcaya subraya que la primera fábrica de hojalata que hubo en España fue esta y que su ubicación, junto al río Genal y en mitad de un tupido bosque se debió a las necesidades tanto de agua como de madera que requería la fabricación de este material. Llegó a tener hasta 200 trabajadores y como en España se desconocía el procedimiento de fabricación se trajo desde Suiza a una treintena de técnicos encabezados por los ingenieros Pedro Menrón y Emerico Dupasquier. Cuenta la leyenda que ambos ingenieros viajaron de incógnito y escondidos en un baúl para librarse de las leyes anticompetencia establecidas en ese primer mundo industrial. La fábrica comenzó a producir a mediados de 1731. Dicen estos mismos documentos que el transporte de las láminas y productos se realizaba a lomos de camellos, más prácticos y resistentes que los burros y mulas. La fábrica quebró a principios del siglo XX, sobre 1901, a causa de la fuerte competencia que suponían la industria vasca y asturiana. Como desquite valga decir que los lugareños aseguran que Altos Hornos de Vizcaya se inspiró en la arquitectura de la fábrica de hojalata para construir sus primeras instalaciones. Para visitar este enclave atravesamos el pueblo y pasada una casa blanca situada en la carretera y frente al centro urbano tomamos la primera indicación a la izquierda: Camping 2,5 kilómetros. Es una pista forestal en relativo buen estado que nos muestra una panorámica muy bella de Júzcar y que desciende hasta el fondo del valle. Pasamos uno, dos, tres desvíos y llegamos a las inmediaciones del Camping Virgen de Moclón que ahora se encuentra cerrado, pero imaginamos repleto en los meses de primavera y verano. Durante el camino hemos visto algunos restos de antiguas casas, de neveros y de algo que podría ser una antigua fábrica. En la actualidad estos restos se encuentran dentro de una propiedad privada, nos enteraremos más tarde, y no se pueden visitar sin previo aviso. Aún con todo, el descenso ha merecido la pena, ya que en la ribera del río se respira un ambiente de absoluta tranquilidad. Mecidos por el rumor de las doradas hojas de los chopos y el borboteo del Genal nos abandonamos al placer de los sentidos...

¡Hasta pronto!

Ascendemos la pista forestal y entrevemos el pueblo blanco de Júzcar sobre el manto de castaños dorados. Sobresale, inmaculado, entre los ocres como una aparición y casi podemos imaginar el trasiego de burros, mulas y camellos durante aquellos años de la fábrica de hojalata por este mismo sendero. Sonreímos y pensamos que el pueblo aún mantiene esa esencia antigua que lo hace acogedor y hogareño.
Pero hoy la despedida no es total, es sólo un ¡hasta pronto!, porque hemos decidido visitar en este día otro de los pueblos del Alto Genal. Para comer nos desplazaremos hasta Cartajima, donde nos espera una sorpresa con nombre de cocinero internacionalmente conocido, un atardecer espectacular, un laberinto de calles y una ensalada de Amanita Cesárea, conocida como yema de huevo, y una de las grandes exquisiteces micológicas.... Pero será la semana que viene en El Color Azul del Cielo...

Enlaces útiles y consejos de interés

Jornadas Micológicas del Valle del Genal: A mediados-finales del mes de noviembre se celebran en Júzcar las Jornadas Micológicas del Valle del Genal, un evento que con cada edición reúne a una mayor cantidad de aficionados y expertos que dedican un fin de semana a poner en común sus conocimientos gracias a las conferencias, a recolectar diversos especímenes y a disfrutar con los platos que se realizarán con parte de las setas y hongos recolectados. Se celebran el próximo fin de semana, los días 20, 21 y 22 de noviembre. La afición a las setas en Júzcar es tal que incluso se ha llegado a habilitar un "Sendero Micológico" situado en la entrada del pueblo.
Deportes de aventura: las inmediaciones del municipio presentan excelentes características para disfrutar de los deportes de aventura. Lugares como la Sima del Diablo para practicar escalada y barranquismo son muy apreciados por los aficionados. Para emociones menos fuertes pero igual de intensas se pueden consultar toda una red de caminos y senderos que existen en todo el Alto Genal.
Enlaces de interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol, a la que añadimos la web muncipal de Júzcar y la página personal de Júzcar.com.

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31 BENAMARGOSA: A LA SOMBRA DE LOS FRUTALES

martes, 10 de noviembre de 2009

Ibn Beithar contempla, agachado, las hileras de naranjos. Lleva una de sus manos a la tierra, coge un puñado y lo huele. Ibn Beithar sonríe. Se levanta despacio y comienza a caminar entre los árboles achaparrados de cuyas ramas penden los frutos anaranjados. El ambiente es denso, espeso, y un aroma casi sólido permanece detenido un instante y luego desaparece. Ibn Beithar se mesa la barba mientras pasea, con su mano derecha roza las hojas de los naranjos y recuerda. Rememora el tiempo, hace ya casi un lustro, en el que decidió plantar en estas tierras de Ben Ha-Maruxa los cítricos por primera vez, los hizo traer de muy lejos, de muy lejos, allende los mares. Está a punto de recoger la primera cosecha y cree que va a ser buena. Ibn Beithar sonríe de nuevo, y se pierde entre las hileras de naranjos.


La aproximación y el recuerdo del batycate

El camino que une Vélez con Benamargosa es un vergel. Un auténtico edén moderno, cuyos árboles rebosan de modernos frutos tropicales y clásicos cítricos como las naranjas y los limones. Son explotaciones agrícolas apretadas, cuidadas y profusas, verdes. Atravesamos la tranquila pedanía de Triana, perfumada por los aromas de los frutales. Entre ellos vemos algunos paseros, poco habituales en esta zona de la Axarquía que se ha dado en llamar "Ruta del sol y del aguacate" y que incluye, además de Benamargosa, los municipios de Rincón de la Victoria, Macharaviaya, Vélez-Málaga, Benamocarra e Iznate. Si los valles tienen una densa población de frutales, no así las laderas y cimas de las lomas que los encajonan y que aparecen prácticamente despejados de cultivos. Un kilómetro antes de llegar al centro urbano nos saludan los aguacates, producto típico de Benamargosa y que da nombre al ya afamado batycate, un batido elaborado a base de aguacate, azúcar, canela en polvo, leche y plátano, todo ello añadido en proporciones desconocidas y cuyas cantidades los benamargoseños no quieren que sean reveladas... Atravesamos el pueblo y, a la izquierda, una señal nos indica zona de aparcamiento. Giramos y estacionamos.
La visita: hacia arriba por los Jardines de San Sebastián y hacia abajo por las calles Ermita y Real

En lugar de caminar sobre nuestros pasos, lo hacemos hacia adelante con la intención de visitar el cauce del río Benamargosa, ahora seco, sobre el que se tiende el Puente de los Diez Ojos, un puente bajo, sostenido por las diez arcadas, u ojos, que le dan nombre. Este puente que parte casi del corazón mismo de Benamargosa comunica la población con la vecina Cútar, entre otras. Resulta sorprendente contemplar esta obra de ingeniería, sólida y robusta, sobre un cauce pluvial completamente seco. Asomados a una balaustrada vemos a un hombre caminar sobre el lecho y cruzar el río sin agua hacia unos cañaverales. Pasamos también nosotros bajo él con la superstición de pensar que una riada de agua podría venir en cualquier momento y arrastrarnos. Es superchería, no raciocinio. Comprobado, porque aquí estamos. Cruzando bajo el puente y llegamos a un parque que presumimos muy poblado en los meses estivales, cuando el sol aprieta, ya que sus árboles y su pequeña avenida techada junto al río le dotan de cierto aire umbrío y fresco. Una fuente jalona el centro de este jardín y el agua borbotea en su cazoleta. Salimos y caminamos junto al puente hasta cruzar, por la izquierda, la carretera. Allí observamos un panel informativo en el que se indica: Fuente de El Pilar, Barrio de los Pechuelos, Barrio de la Solana y Jardines de San Sebastián. Dirigimos hacia allí nuestros pasos. La primera construcción que nos encontramos, se puede rodear caminando, pero en la actualidad se encuentra en plena rehabilitación, son los Arcos de la Huerta, una obra de ingeniería hídrica que servía para canalizar el agua por los diferentes huertos que rodeaban la población. Queda en pie una buena lámina de muro y uno de los arcos que le da nombre. Las construcciones antiguas y modernas se dan la mano, se entrelazan y configuran un cinturón alrededor del centro urbano. Al inicio de la calle Pilar nos encontramos con su fuente, conformada por tres arcos de ladrillo visto, tres caños de agua y dos paneles cerámicos a los lados que representan coloridos motivos florales. Seguimos caminando. A nuestra derecha discurren las calles que llevan al corazón de Benamargosa, a nuestra izquierda se sitúan, sobre un altozano, el barrio de los Pechuelos, conformado por calles estrechas y enredadas, escaleras que suben y crean descansillos atestados de macetas y flores, cuestas cortas pero de importante gradación; y el barrio de la Solana, que algo menos arisco que el anterior tiene características muy similares. Si accedemos a algunas de sus calles podremos observar los cultivos de cítricos y frutas tropicales, el lecho del río, las casas apretadas de Benamargosa, las empinadas cuestas que descienden desde los jardines de San Sebastián hasta la iglesia, la configuración total de este municipio. Los jardines que preceden a la entrada de muchas cosas lucen en esos pequeños patios exteriores un naranjo o un limonero, haciéndose eco inevitable de los cultivos más populares de estas tierras. Seguimos caminando hasta los Jardines de San Sebastián, situados en la parte más elevada del municipio y que poseen una buena sombra y una serie de cómodos bancos donde reposar y contemplar, enfrente, el Barrio de la Solana. Los jardines están integrados en el casco urbano y se delimitan gracias a una serie de muretes de piedra que se asemejan a las murallas de un castillo. Subimos unas escaleras y cruzamos un angosto pasadizo a través del cual desembocamos en el inicio, a la izquierda, de la calle Ermita por la que descendemos. Las calles son estrechas, las casas muy apretadas, las cuestas importantes. Caminamos hasta que la calle Ermita se transforma en calle Real. Nos adentramos a izquierda y derecha, siempre volviendo al canal principal. Nos cruzamos con vecinas y vecinos atareados en sus labores cotidianas, saludan, amables. Escuchamos ladrar a un perro. Un grupo de niños juega a lo que presuponemos es "el escondite". Es un paseo tranquilo y amable con le que llegamos a una plazuela donde se ubica la biblioteca municipal, presidida por una refrescante fuente y la oficina de correos. Continuamos el descenso hasta desembocar en una anchura de la calle y a la parte trasera de la iglesia de la Encarnación. Entramos y nos encontramos con un templo con carácter que no se presagiaba desde el exterior. Tiene el techo formado por un artesonado de madera oscura, tres naves sustentadas por columnas casi ojivales sustentadas en basamento de ladrillo visto. El altar es sencillo, y contrasta con un coro de tonos caoba situado sobre la entrada principal. Nos llama la atención una de las hornacinas situadas a la derecha, en ella descansa una solitaria y humilde cruz de madera flanqueada por dos candelabros y que despide cierto aroma de misterio. Salimos de la iglesia y caminamos en torno a ella para descubrir que en la parte opuesta a la puerta por la que hemos entrado un gran arco-puente comunica el interior del templo con una casa colindante. Sacamos un par de fotografías a esta curiosa construcción. Deambulamos durante un rato más por las calles benamargoseñas constatando que es la patria de cítricos y aguacates en cada rincón. Vemos incluso a dos niños jugar al fútbol con un limón enorme al que dan patadas hasta despanzurrarlo, tiñiendo el tibio ambiente otoñal de una perfume intensísimo y delicioso. Se nos abre el apetito. En la confluencia de las calles y justo en la entrada a la zona de aparcamientos encontramos la Fonda Restaurante Los Pepes. Pedimos un zumo de melocotón, una cerveza sin alcohol, una tapa de ensaladilla rusa y una tapa de ensalada malagueña. 3 euros. Charlamos un rato mientras vemos la vida benamargoseña pasar y nos preguntamos cómo sabrá el batycate.
Despedida
Ibn Beithar camina por la orilla del río Ben Ha-Maruxa. Observa las hileras de limoneros. Mira el río e idea la posibilidad de acercar el agua desde su cauce hasta el interior de las huertas. Extrae de su zurrón un papiro y dibuja uno o dos garabatos. Camina hacia el centro del pueblo, aprieta el papiro en sus manos. Y Sonríe.
Enlaces útiles y consejos de interés
Gastronomía: Ya se ha hablado del batycate, ese batido cuyas proporciones exactas los benamargoseños no quieren desvelar, y que es muy popular en la celebración de la Feria del Campo en el mes de abril, pero no del zoque, una especie de ensalada muy fresca que se prepara "como entremés o de acompañamiento de cualquier tipo de platos, se realiza con una variedad cítrica denominada "limón de pera", es un plato refrescante y de sabor particular. Se elabora con limón "pera", ajos, pimiento, pimienta molida, aceite, migajas de pan, vinagre y sal" (receta extraída de la página web municipal).
Enlaces de interés: tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web municipal de Benamargosa.
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30 JIMERA DE LÍBAR: CORAZÓN SERRANO

martes, 3 de noviembre de 2009

Late en el corazón de la Serranía de Ronda. Late. Late arriscada sobre un cerro. Late al cobijo de las montañas, como otero privilegiado sobre el valle del Guadiaro. Laten sus muros de piedra, sus tajos sobre los arroyos, las encinas, los alcornoques, los olivos de los que se sustentan. Late Jimera de Líbar con un latido rítmico, constante y apasionado. Y con su orgullo de pueblo a dos aguas, de altozano y de llanura, mira de tú a tú al Guadiaro.

Aproximación y llegada

Cualquiera de los caminos por los que se accede a Jimera, ya sea desde Cortes de la Frontera, desde Benaoján o desde Atajate son de una extraordinaria belleza. Entre ellos existe una línea invisible que los comunica y que destila esencia serrana. Pueblos de frío poderoso en invierno, de apretados colores ocres en otoño, de apabullante florecida en primavera y de veranos de altas calorías. Los tres primeros viven del agua del Guadiaro, al que se asoman sin complejos, así como a la vía férrea que comunica Bobadilla con Algeciras, que les atraviesa como una gran cicatriz de progreso y comunicación. Este hecho ferroviario les dota de cierto aire fronterizo y todos ellos tienen, además de su núcleo urbano, una pedanía o barriada que se denomina "Estación de Benaoján" o "Estación de Cortes de la Frontera". Jimera de Líbar también posee su barriada pegada a las vías del ferrocarril, pero también a una antigua Cañada Real y a la espléndida ribera del Guadiaro. Nuestra intención es visitar primero el centro urbano, situado al abrigo de un roquerío, para terminar a orillas de este río de pies gaditanos y corazón malagueño.

El centro urbano

Señorea el blanco en las paredes de Jimera, pero muchas construcciones también dejan la piedra a la vista, como queriendo mimetizarse con el entorno. Y es que el municipio está rodeado de montañas, sus calles empedradas con losas... Hemos aparcado en la Avda. de las Fuerzas Armadas, una de las calles principales, casi de circunvalación, que se emboca desde la izquierda. Comenzamos a caminar hacia arriba hasta encontrarnos con el Colegio Rural Valle del Guadiaro y tomamos a la derecha la que será calle más horizontal de Jimera, la calle Mártires de Igueriben. Esta calle en forma de río en la que confluyen el resto de callejas afluentes tiene su historia, la historia de Los Inocentes: "Los Mártires de Igueriben fueron notorios soldados jimeranos que murieron en la guerra de África allá por los años 20. El 28 de diciembre de cada año era costumbre en Jimera el que los jóvenes que ese año entraban en quintas celebraran una gran comilona a costa del vecindario. Para ello, el Alcalde les entregaba ese día la vara de mando y las llaves de la cárcel. Los quintos, disfrazados y con las caras pintadas, se lanzaban a la calle y a quien apresaban debía pagar un rescate o, de lo contrario, acababa con sus huesos en la cárcel". Así reza un mosaico situado en esta calle.
Son bajas, achaparradas las casas, de una o dos alturas y sobrias y recias en su construcción, de ventanas pequeñas y muros gruesos para combatir los calores del estío y los rigores del invierno. Caminamos. En la calle Fontana, a la izquierda, se sitúa el Ayuntamiento de la localidad, al que acudimos para recabar información acerca de los lugares a visitar en Jimera. Nos ofrecen un buen plano y nos dan el nombre de una par de sitios donde desayunar o almorzar. Descendemos, de nuevo, hasta la calle Mártires para continuar la visita. Nos asaltan perfumes intensos de ollas y pucheros, aromas a tocino de migas, a calderetas, a comidas serranas. Las calles, apretadas, parecen abrazarnos. Nos sorprenden algunas tonadas de flamenco cantadas en vivo un poco más allá. Llegamos al final de la calle y nos sorprende, a la derecha, la entrada que da paso a la plaza y a la iglesia, un curioso soportal que une dos viviendas. Es una construcción insólita y curiosa que soporta sobre sus tres columnas un balcón, terraza y vivienda en su parte superior. Accedemos a través de este paso a la plaza de la Virgen de la Salud, pequeña, rectangular, acogedora y de un sorprendente plano horizontal entre las cuestas de Jimera. Se vive este espacio como centro neurálgico, hoy atravesado por el bullanguerío del mercadillo semanal (miércoles). La iglesia es un monumento imponente en un pueblo de estas dimensiones, rectangular, sobria en sus laterales, más recargada en su frontal donde exhibe una figura de la virgen que le da nombre. Blanca, rematada de albero en sus dinteles y esquinas. Luce espadaña con dos campanas y un pequeño balcón sobre su puerta principal.
Paseamos por las calles de Jimera. Intrincadas y sinuosas sirven algunas de ellas como un hilo de Teseo que nos lleva a la calle Mártires de nuevo. Leemos algunas placas que dan nombre propio a los hogares como Casa Rita, Casa Cecilio, Casa de la Abuela, la Casa de Paquita.... Tiene un encanto particular este pueblo de gente afable y conversadora.
Nos adentramos en el hotel-restaurante Inz-Almaraz. Pedimos un mollete mixto (enorme, para dos) y dos cafés con leche. Se ha reinaugurado recientemente, hace escasamente un mes, y ofrece en su interior un aire tradicional y artesano, con buena chimenea y techos de madera. Qué pausado el vivir, qué sosiego cuando, en la vida cotidiana, el mayor de los sobresaltos es este mercadillo de los miércoles que nos hemos encontrado. Tras el desayuno, caminamos de nuevo por la calle Fontana hasta su confluencia con calle Alta, de donde parte el camino hasta la Cruz de Ventura, desde la que se nos han prometido unas vistas inmejorables. Es un camino de piedra, riguroso para corazones sensibles (por los grados de subida). Ascendemos, descansamos, tiramos un par de fotos, nos extasiamos ante la intensidad azul del cielo, disfrutamos de la vista del valle del Guadiaro y, una vez recuperados, descendemos por la calle Alta, cruzamos la plaza, tomamos calle Baja, nos detenemos en un pozo ornamental que hay al comienzo de la vía y caminamos hasta la fuente. Un paseo en el que las montañas están siempre presentes y donde, al cobijo de la sombra, se percibe cierto fresco. Pensamos en la calidez del interior de las casas en la época invernal y en que Jimera sería un buen lugar para ser visitado, bien abrigados, en esa época.
Bebemos agua, nos refrescamos y tomamos dirección al coche para visitar la estación.

La Estación

Para acceder a la estación, dejamos a la izquierda el camino que nos lleva hasta Cortes de la Frontera, cruzamos las vías del tren, conducimos entre diez y veinte metros entre callejas y estacionamos el coche. Casas apretadas en torno a la estación de tren, algunas de ellas antiguas, fronterizas, pasajeras... Otras, por contra, más modernas, más señoriales. Parece el barrio de la Estación destinado a recibir a gente el fin de semana, en época vacacional. El frescor que proporciona el río es, desde luego, tentador.
En este instante nos encontramos en la Cañada Real de Algeciras, un paso tradicional de ganado que histórica y legalmente ha de estar abierto siempre al público. Es un lugar fantástico que discurre entre el río Guadiaro y las vías del tren Bobadilla - Algeciras. Fresco, umbrío y perfecto para realizar senderismo, apenas tiene ascensiones y transcurre siempre amenizado por el murmullo del Guadiaro. Sauces llorones, plantaciones frutales... Si caminamos hacia la izquierda podríamos llegar hasta Cortes de la Frontera en tres horas y cuarenta minutos. Si caminamos hacia el lado contrario llegaríamos a Benaoján en tres horas y diez minutos. Si decidimos regresar hasta el centro urbano de Jimera serían 20 minutos. Caminamos dirección Cortes de la Frontera. Apenas a un kilómetro se encuentra el centro de La Llana, equipado con algunas bancadas de madera y mesas. En los años ochenta y noventa este lugar cobró mucho auge gracias a la presencia de una campamento scout que llenaba las riberas del Guadiaro de niños y de niñas. En la actualidad, los scouts se han sustituido por campistas que disfrutan de la zona pernoctando en alguno de los dos campings que hay en las inmediaciones. Nos cuentan que el Guadiaro es un río navegable en hasta ochocientos metros en este tramo y que se oferta la posibilidad de recorrerlo en canoa. Dejamos volar la imaginación.

Despedida

Y continuamos caminando. No sabemos si llegaremos hasta Cortes de la Frontera, pero sólo el espectáculo que ofrece el valle del Guadiaro merece el esfuerzo. Así que continuamos y caminamos y caminamos y caminamos con la esperanza de ver el tren de Bobadilla-Algeciras sacudiendo las malezas a nuestro paso.

Información y enlaces de interés

Turismo rural y campings: En la página web del Ayuntamiento de Jimera aparece una numerosa oferta de turismo rural que incluye varias casas, hoteles y alojamientos rurales, así como el contacto de dos de los campings existentes en el municipio.
Senderismo: La existencia de la Cañada Real de Algeciras permite que el recorrido que conecta Jimera con Cortes de la Frontera y Benaoján sea relativamente sencillo y muy gratificante de realizar dada su proximidad al Guadiaro y su frescura.
Enlaces: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la web municipal de Jimera de Líbar.

Este blog queda abierto a todas las sugerencias de sus lectores. Quiere ser una puerta abierta a todas las opciones. Os esperamos en El Color Azul del Cielo.