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EN / 19 ALCORNOCALES: El bosque antiguo

martes, 27 de diciembre de 2011

Es el bosque primigenio, la foresta antigua, primitiva. Se remonta su memoria allende el tiempo inmemorial de la Era Cenozoica, cuando aún el mediterráneo era trópico húmedo y cálido, poblado de criaturas imposibles, de plantas magníficas, hace 60 millones de años. Queda aún el murmullo denso de ese mundo inaccesible en algunos rincones de Los Alcornocales, como un rastro, una huella del mundo que fue y que ha evolucionado para convertirse en otro nuevo, más complejo, más rico, más sabio. Muestra Alcornocales su secreto solo a los que en su interior se adentran, a los viajeros que dejan atrás las carreteras transitadas de bullicios y anhelan el contacto firme con una naturaleza aún por domesticar, casi en estado puro, con la mácula decente de la agricultura cabal, de la ganadería sostenible. Entre sus estrechos y canutos vive el bosque, su espíritu pergeñado en verdes y ocres de otoño. Los Alconocales no aparece, hay que buscarlo, descubrirlo, acudir como si de una llamada telúrica se tratara. Para que el Parque Natural desvele sus senderos, sus caminos apenas insinuados, hay que internarse entre sus árboles, rozar con la yema de los dedos la superficie de los troncos, acariciar las heridas de sus raíces centenarias. Tiene magia literaria, esa esencia que destilan Jack London o Delibes cuando hablan de la naturaleza indómita. Nos adentramos en el Parque natural, el alcornocal más grande y mejor conservado de España.

El Parque Natural de Los Alcornocales

170.025 hectáreas de superficie, de las cuales, 12.289 ha corresponden a la provincia de Málaga, y no sería correcto decir solo 12.289 ha son malagueñas, porque dada la profusión de especies vegetales y animales que alberga, el adverbio sería además de injusto, pobre. Ya que en el territorio provincial del Parque Natural de Los Alconocales se pueden encontrar espacios insólitos y únicos como los denominados “canutos”, bosques tropicales de laurisilva, una antigua alquería reconvertida en rústica, auténtica, opción de turismo rural, un pico con nombre de agua, una ermita derruida, helechos asombrosos, centenares de oquedades y abrigos naturales donde el homo sapiens del Paleolítico Inferior dejó constancia de su cosmogonía, de su mundo y alrededores, en forma de pinturas rupestres, aves emigrantes que cruzan sus cielos en busca de África… Toda una retahíla que podría llenar cientos de blocs de naturalistas, antropólogos, senderistas, ganaderos o arqueólogos.
Por de pronto, las especies forestales catalogadas, además de las 80.000 ha que ocupa el alcornoque, se componen de laurisilva, laurel, acebo, alisos y fresnos, álamos, helechos, plantas trepadoras, rododendros, acebuches, algarrobos, palmitos, lentiscos, jaras y torviscos, majuelos, cantuesos o brezos.
Su pasado prehistórico hace que Los Alconocales tenga un carácter singular. Hace 60 millones de años, la zona que hoy ocupa el Parque Natural era más cálida y húmeda que en la actualidad, este hecho propició la aparición de selvas tropicales que con el devenir del tiempo fueron desapareciendo con la desecación del clima y el entorno. Algunos reductos de estas selvas primigenias pudieron conservarse en lugares cerrados y angostos, donde la humedad se mantuvo a niveles altos (el parque tiene un índice pluviométrico de 1.000 litros anuales por metro cuadrado), precisamente este es el caso de Los Alconocales, donde se conserva la última selva mediterránea que se puede considerar como tal.
Precisamente esas zonas de cortados abruptos, de barrancos húmedos propiciaron la aparición de un ecosistema único en Europa, los llamados “canutos”, una serie de valles estrechos y cerrados por una tupida vegetación que hacen la función de invernaderos naturales, propiciando la aparición de especies endémicas y singulares en un territorio como este. Los “canutos” de Los Alconocales son únicos en España y uno de los pocos reductos de Europa junto con Turquía donde pueden apreciarse.
Además de la riqueza forestal, la faunística es rica e igualmente sorprendente. Águilas culebreras y calzadas, alimoches, milanos negros, cigüeñas blancas y negras, halcones abejeros, meloncillos, corzo y gato montés, nutrias, ginetas, ciervos, jabalíes, buitres leonados y búhos reales con algunas de las especies que habitan de manera permanente el área del parque, a las que hay que sumar las aves migratorias. Dado su situación estratégica que comunica el sur de Europa con África, son muchas las aves que utilizan este corredor natural en sus movimientos anuales. Si bien no nidifican en el parque, sí es habitual en primavera y otoño contemplar el paso de bandadas de aves formadas por miles de ejemplares y ofreciendo un espectáculo único.
Cerca de 400.000 personas viven en el entono del Parque Natural, son 17 municipios los que se incluyen en el interior del espacio protegido, d elos cuales, uno de ellos, Cortes de la Frontera, es malagueño. Se da la circunstancia de que las 4.531 ha que le corresponden son de las mejor conservadas de todo Alcornocales y en las que se ubica el complejo rústico-turístico más original, el del Área Recreativa de La Sauceda.
El espectacular entorno natural, no desmerece a la complejidad de la historia que se ha vivido en estos lares. El ser humano ha vivido en las lindes y el interior del parque de manera casi permanente desde la prehistoria, haciendo de la recolección del corcho una forma de vida, así como de la ganadería y del pastoreo, creando una armonía entre explotación comercial y sostenibilidad más que sólida. El corcho que se extrae de la corteza de los alcornoques se extrae cada nueve años. En este tiempo hay que dejar madurar al árbol, permitir que la corteza crezca de nuevo, mimarlo y cuidarlo para conseguir un producto de primera calidad. Esta particularidad en el tratamiento del corcho, hace que las zonas explotadas se regeneren de manera completamente natural, pero con las atenciones y cuidados del ser humano, generando una simbiosis única. El ganado vacuno, retinto, ramonea en las zonas de bujeo, abona el terreno de manera natural y mantiene limpio el suelo del bosque.
En 1970 Los Alcornocales fue declarado Reserva Nacional de Caza y en 1989, Parque Natural.

En el bosque

Llegar hasta el Área Recreativa de La Sauceda es ya un elogio del paisaje. La carretera, serpea entre barrancos, entre una masa verde de árboles antiguos. El caminar es lento, despacioso. Digerimos el paisaje mientras nos sumergimos en él, su grandiosidad, su apartada localización, la espectacularidad de sus variados horizontes. La Sauceda se encuentra en la cola de Málaga, es casi una península malagueña que se adentra en Cádiz a través del término municipal de Cortes de la Frontera. Para llegar hasta allí se pueden recorrer varios caminos, desde la A-373 en la carretera Ronda – Algeciras, o a través de Jimena de la Frontera, dirección Ubrique, llegando desde Sotogrande. El acceso no es sencillo y quizá ahí resida parte del éxito de su conservación. Pese a todo es un lugar sorprendentemente concurrido en los fines de semana y festivos, las diferentes rutas que parten desde el área recreativa, de distintos niveles y accesibilidad, el complejo turístico rural y la magia del entorno resultan un atractivo más que destacado para aquellos que deseen acercarse a esta naturaleza asilvestrada.
Más que caminar, uno se zambulle en el mar de verdes, ocres, en el óleo de colores intensos que pinta Alcornocales. Una vez dentro, nos invade la sensación de pertenencia a algo muy superior a nosotros mismos, un ente total que dibuja y colorea con cuidado extremo lugares como este, insuflándoles la vida. Es la Naturaleza, con mayúsculas, de la que formamos parte y que la vida urbanita parece haber borrado de nuestro ADN. Pertenecemos a este mundo olvidado, provenimos de sus cavernas, de sus oquedades, de sus refugios y abrigos. Ya hemos caminado, nuestra memoria genética lo atestigua, por estos senderos colmados de helechos, protegidos por ramas antiguas, trufados de sombras, embebidos de lluvia y de rocío. Hemos pisado ya esta tierra oscura, de arcilla primera, hemos rozado con los dedos los árboles de antaño, hemos escuchado el sonido de los animales agazapados y huidizos. Y ahora lo descubrimos como si fuera la primera vez.
Hemos estacionado el coche en el parking que hay junto a la carretera y nos disponemos a hacer un sendero que nos permitirá conocer de manera muy accesible la esencia de Alcornocales. Caminaremos en sentido contrario al que lo hace la gran mayoría de personas que visitan el parque desde la Sauceda. Iremos hasta la Casa Forestal, ascenderemos por una pendiente prolongada y suave, a través de una zona de bujeo y arcillas, para adentrarnos en el bosque cerrado de alcornoques, visitar la Laguna del Moral, para descender hasta llegar al complejo rural de La Sauceda, almorzar junto a la antigua ermita derruida y descender por el barranco de Pasadallana de nuevo hasta el parking. En el trayecto nos cruzaremos con el sendero Travesía del Aljibe, que si la seguimos nos llevaría hasta el pico del mismo nombre, a 1.092 metros de altitud y con unas vistas asombrosas de las costas malagueña y gaditana. Normalmente, los senderistas que llegan hasta el área recreativa lo hacen desde la entrada situada a la izquierda, lo que les llevará a tener que subir a través de una cuesta más pronunciada y si se carga con material para pasar la noche o el día en las cabañas se hará más costoso. El recorrido desde la Casa Forestal es algo más largo, pero mucho menos elevado, discurre en un cien por cien por pista y resulta menos fatigoso.
Ascendemos, cruzamos las alambradas que impiden el escape del ganado a través de los pasos habilitados. Los alcornoques, evidentes desde la carretera, se hacen una realidad casi desde el inicio del camino. De tronco grueso, retorcido sobre sí mismo muestran las cartas de su fortaleza y ancianidad. Cogemos altura y un nuevo paisaje se abre tras de nosotros, la serranía de Ronda con sus altos picos destaca en el horizonte, una espesa cubierta forestal apenas deja llanos sin ocupar, que se asemejan a islas perdidas en un mar verde. La tierra que pisamos es oscura, arcillosa y rojiza. Se abren algunos pastos aquí y allá y se escucha el tintineo escondido de las esquilas de la ganadería retinta. Caminamos, cruzamos un par de alambradas más. El cielo de otoño es azul y rotundo y contrasta fuertemente con las primeras sombras que proporciona el bosque. Este bosque que parece extraído de una novela de Tolkien, que nos ayuda a imaginar la presencia de los seres enigmáticos de las tradiciones populares. Las ruinas de algunas casas abandonadas ayudan a recrear un mundo imaginario, alimentado entre las luces y las penumbras, entre las veredas umbrías, al calor de las brasas en invierno.
El bosque se cierra sobre nosotros y el suelo se puebla de hojas caídas que alfombran el camino. Comienzan a escucharse otros sonidos, el de los frutos que caen aquí y allá, huidizos, quebradizo su sonido, el zumbido permanente de los insectos que escuchamos y no vemos.
Juega la luz con la sombra en un entretenimiento de equívocos, mostrando los colores del otoño, ocres, rojizos, pajizos, para velarlos luego a nuestra vista. Caminamos y confundimos los hitos del camino con rastros de huellas primitivas. Los helechos, quebradizos en este otoño tardío se arremolinan junto al tronco de los árboles, algunos de ellos con el tronco pelado. Sus ramas se retuercen hasta crear figuras antropomorfas, asemejan seres humanos elevando los brazos al aire, buscando con los dedos el sol que no penetra hasta el interior profundo del bosque. Caminamos. Caminamos.
Y percibimos los ecos de las guerras antiguas y modernas. De la Guerra de la Independencia contra Francia, que por estos pagos dejó guerrillas ocultas, bandoleros terciados, cuevas habitadas e historias de faca y trabuco. O de la Guerra Civil, que tiñó con sangre este bosque primero, de pólvora renegrida de odios, que terminó con las construcciones humanas, derruyéndolas hasta que fueron engullidas por la foresta. Estos ecos también resuenan en nuestro sendero, cargando nuestra mochila con voces que van más allá de la propia naturaleza.
Nos descoloca algún rayo de sol que se cuela con un haz polvoriento entre el follaje y quizá eso nos llevará a la confusión que nos impidió alcanzar la Laguna del Moral y nos ayudó a descubrir otros y nuevos caminos fuera del mapa y del plano que llevábamos y una imagen poderosa que aún permanece en nuestras retinas. Un caballo blanco.
Como una aparición, después de abandonar el camino principal para retomar la que creíamos era la senda correcta, se apareció ante nosotros la silueta inconcebibles de una casa de piedra, semejante a un refugio de montaña. Permanecía cerrada y nada más que el murmullo de un río llegaba hasta nosotros. Tras esa primera casa, aparece otra y con una tercera forman un precario patio en el que reposa, y nos mira, un caballo blanco. Las ramas de los árboles parecen querer arañar el tejado de las casas. Avanzamos internándonos en este poblado de sabor añejo hasta descubrir una placa solar, un land rover estacionado junto a las casas y un hombre que sale de una de ellas. Hemos llegado al poblado abandonado de La Sauceda que ha reconvertido su caserío en unas sólidas y sencillas casas de turismo rural en las que se puede recrear la vida del pasado próximo, sin agua corriente y sin luz y a 15 euros la noche. Charlamos con el hombre, nos indica que el poblado se gestiona desde la Casa Forestal que hay junto al aparcamiento y que suelen estar bastante concurridas. Entramos en una de ellas. Dos literas, un pared entre ellas, un gran chimenea. Nada más. Lo precario se transforma en añejo y auténtico y anotamos mentalmente pasar aquí en los meses venideros una, dos o tres noches, al amor del lar encendido, junto a la chimenea, dispuestos a contar historias antiguas a la luz de las velas, con el espíritu de los viajeros románticos del XIX. Esta zona está situada en la parte superior del poblado, algo más alejada de la ruta que lleva al Aljibe y no cerca de la cabaña equipada con lavabos, duchas y barbacoas, de ahí su tranquilidad. Apenas cien metros más allá comenzamos a descubrir los indicios de otros senderistas que tiene como objetivo único llegar hasta aquí y acampar para pasar la noche. Con un grupo algo más preparado, mochila al hombro, buenas botas, bastón a la mano, que se dirigen hacia la Travesía. Llegamos así hasta la antigua ermita, semiderruida, que dota al paisaje de un tono más irreal aún. Tiramos fotos, nos abrigamos tras la marcha, nos sentamos en una de las múltiples mesas de madera y damos buena cuenta de las pitanzas, queso y longanizas que hemos traído. Hablamos del paisaje que nos rodea, de la magia de la naturaleza, del lugar único que supone Los Alcornocales, del reporterismo de viajes, de Málaga y sus tesoros, de los rincones escondidos. Un buen tiento de agua fresca y seguimos camino de descenso.
Se transforma aquí el bosque. El camino que baja hasta el parking es más pronunciddo en su desnivel, más estrecho y sortea en más de una ocasión los arroyos que lo cruzan. Rocas desgajadas de las montañas reposan en sus cauces y dejan lucir su pátina espléndida de verdín, de líquenes adheridos a su piel rugosa. Nos cruzamos con grupos de senderistas que suben o bajan, algunos pertrechados para pasar noche en las cabañas, otros en deportivas, otros ansiosos por descubrir, un grupo de niños que corretean. Nos salimos de la ruta marcada en un par de ocasiones para descubrir los restos de un antiguo molino, algunos lienzos de muros, algunas techumbres derruidas. El murmullo del agua nos precede. Tras cruzar una última valla que cerramos a nuestro paso llegamos a campo abierto, sin solución de continuidad, parece que hayamos saltado del bosque al prado sin hacer una concesión a la transición.
La foresta se cierra tras nosotros y parece engullir a los caminantes que ascienden, entre la sobra verde de los alcornoques. Adiós. Hasta pronto.

Despedida


El caballo blanco gira su enorme testuz hacia nosotros. Parpadea su enorme ojo y en él se refleja el verde intenso, el azul rotundo y radical, el ocre delicado. Parpadea su enorme ojo y en él vemos al viajero romántico, al bandolero, al soldado republicano agazapado. Parpadea su enorme ojo y en él contemplamos la inmensidad del parque natural, la riqueza de su tierra embebida de humedad centenaria, el abrazo milenario de sus raíces, la profundidad de sus barrancos y simas. Parpadea su enorme ojo y en él se escriben los relatos que pueblan y alimentan nuestra imaginación desde que éramos niños. Los Alcornocales es un lugar antiguo, muy antiguo, y en él queda el poso d ela historia de la tierra.

Enlaces de interés e información útil

Otras rutas senderistas en la parte malagueña de Los Alcornocales: Además de la ya mencionada aquí de La Laguna del Moral, el Parque Natural de Alcornocales en Málaga ofrece otras rutas como el carril bici de Cañillas-El Colmenar-Peñón Berrueco, o los senderos de la Garganta de la Pulga o La Sauceda, entre otros.

Enlaces de interés: Toda la información aparece en la página web del Patronato de Turismo de Málaga -Costa del Sol y en la web especializada de la Junta de Andalucía, la Ventana del Visitante. El Ayuntamiento de Cortes de la Frontera ofrece también información detallada, así como la entrada de este blog correspondiente a Cortes de la Frontera: 74 CORTES DE LA FRONTERA: Corazón de Parques Naturales. En la página web de Sauceda Aventura se pueden alquilar las casas rurales mencionadas en el reportaje. www.saucedaventura.com.


Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.



Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Paraje Natural Protegido.


Ver El Color Azul del Cielo "Espacios Naturales de Málaga" en un mapa más grande

Gracias a Paco y a Sara de nuevo por la grata compañía, por las conversaciones interminables y por el contundente avituallamiento.

EN / 18 GRAZALEMA: La cicatriz del agua

martes, 13 de diciembre de 2011

Y no es un abismo, sino un abrazo lejano y frío. El viento recorre este falso llano que fuera en lo antiguo cuenca de glaciares, espumean las lágrimas en la comisura de los ojos y cortan la piel las ráfagas de aire matinal, refrescando el ambiente, deshelando el rocío, delicado. El cielo, despejado y azul y rotundo, acoge las evoluciones silenciosas de los buitres leonados que parecen circunnavegar alrededor de los picachos. Cimas grises y desgajadas, a punto de desmoronarse, cincelando figuras imposibles. Combina el paisaje lo abrupto de sus picos informes con la suavidad dúctil de la cuenca glaciar, un llano que se extiende hasta el horizonte y que se combina con otro llano y con otro, salpicado de encinas retorcidas y centenarias, de ganado vacuno, ovino, porcino, pastoreando en semilibertad. Una senda atraviesa el corazón de los llanos como un enorme costurón, una cicatriz olvidada desde tiempo inmemorial y que modela un paisaje que parece imposible, pero que ahí, aquí, bajo nuestros pies, es perfectamente real. Tierra de grietas y hendiduras, de lapiaces y poljes, de simas y oquedades. Esto es el Parque Natural Sierra de Grazalema y estos son los enigmáticos Llanos de Líbar.

Una aproximación

Los glaciares, lenguas gélidas de hielo en movimiento, modelaron el paisaje kárstico de Grazalema a su antojo, sin prisa, con la sabiduría que da tiempo y la fuerza indescriptible. El hielo se transformó en agua y sus filtraciones amasaron la tierra como levadura de rocas, partiendo la piedra, hundiéndola, resaltándola, desgajándola hasta crear un paisaje imposible plagado de abruptos barrancos, idílicos valles y tajos verticales. El agua, apenas un destello en superficie, se ha filtrado durante milenios, desgastando la roca hasta producir inmensos hundimientos a los que se denomina poljes o miles de cicatrices en las cimas, a las que ha erosionado y roto formando lapiaces. Precisamente los Llanos de Líbar constituyen uno de los poljes más importantes del parque natural y uno de los más destacados de Europa. Recovecos entre los que se esconden los corderos, donde anidan los buitres leonados y las águilas. Agujeros en los que se abrigaron los guerrilleros de la Independencia, los bandoleros del XIX, los maquis del XX. Pastan las vacas retintas sobre el paraje, ramonean las ramas bajas, brotes verdes de las encinas, engordan los oscuros guarros ibéricos a la sombra de la dehesa. Y la Grazalema malagueña va más allá de los Llanos de Líbar para discurrir a la vera del Guadiaro, recorriendo los términos municipales de Jimera, Benaoján y Cortes de la Frontera; o se sumerge en la tierra en el Hundidero montejaqueño para asomar cuatro kilómetros más allá en la Cueva del Gato de Benaoján, formando un complejo espeleológico de primer orden; o nos muestra un pez dentro de un pez o un hombre con alas en la Cueva de la Pileta. La Grazalema de Málaga es impresionante, grandiosa, diversa y diferente. Hoy nuestro caminar nos lleva a los Llanos de Líbar, un lugar de fuerte impresión telúrica, donde el ser humano parece ser no más que una mota de polvo.

Parque Natural Sierra de Grazalema

Como un pan de hogaza que se desmiga, vayan aquí los números del Parque Natural de Grazalema. De sus 51.695 hectáreas, 14.900 corresponden a la provincia de Málaga y de estas, 4.556ha a Montejaque, 4.531ha a Cortes de la Frontera, 2.9191ha a Ronda, 2.152ha a Benaoján y 742ha a Jimera de Líbar. Se distribuye la extensión como un puzle administrativo del que la naturaleza no entiende y brinca el parque natural de una municipalidad a otra, de una provincia a otra sin solución de continuidad, formando un todo que va más allá de las particiones institucionales.
Desde 1977, Grazalema está contemplado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera y desde 1984 como Parque Nacional. Son trece los municipios que la configuran además de los malagueños Benaoján, Montejaque, Cortes de la frontera, Ronda y Jimera de Líbar ya citados, se incluyen los gaditanos Grazalema, Zahara de la Sierra, Villaluenga del Rosario, Benaocaz, Ubrique, El Bosque, Prado del Rey y El Gastor.
Y más números. La altitud máxima del parque se localiza en El Torreón con 1.654 metros de altitud y la más baja, 289 metros, localizada en el municipio de El Bosque. Entre ambas solo distan 10 kilómetros, con lo que se puede trazar un perfil abrupto, con un desnivel impresionante en el que las sendas y carreteras se retuercen de manera permanente sobre sí mismas.
El ser humano ha poblado estas tierras desde antaño, en la Cueva de la Pileta se han encontrado restos del Paleolítico Superior, pero es en la historia moderna donde el asentamiento se hace definitivo con los romanos, árabes, cristianos… Estos riscos y valles fueron testigo y escenario de cruentas batallas en la Guerra de la Independencia contra Francia, posterior abrigo de bandoleros en el siglo XIX y escondrijo de maquis durante la dictadura franquista. Pero si algo ha permanecido ha sido la labranza y el pastoreo. Siempre el ser humano ha logrado el punto de equilibrio entre producción y sostenibilidad, alimentándose de los frutos del parque y alimentando a su vez a la ganadería que pastoreaba. Esa esencia de respeto ha modelado también el paisaje como lo ha hecho el agua. Mimando los bosques, construyendo praderas, manteniendo dehesas.
Así el hábitat de flora y fauna se ha mantenido prácticamente inalterable desde allende los tiempos. El visitante podrá contemplar cerca de 1.300 especies de plantas superiores entre las que se encuentran el algarrobo, encina, quejigos, acebuches, alcornoques y un resto mínimo de pinsapo, además de malvas, candiles, aulaga, cardo, amapola, tomillo, sabinas y en la vera de los ríos álamos, sauces y olmos. Del mismo modo, la fauna no se queda atrás en la catalogación y reinando la cabra montés y el buitre leonado, se encuentran el zorro, nutria, corzo, ciervo, águilas reales, perdiceras y pescadoras, búho real, milanos negros, alimoches e incluso el halcón peregrino.
Y llueve, llueve mucho, en abundancia, como un torrente, situando el índice pluviométrico por encima de los 2.000 litros anuales por metro cuadrado. Uno de los lugares más húmedos de España, por encima, incluso de muchas zonas más septentrionales.
Con todos estos elementos se ha configurado un paisaje insólito, densamente poblado por flora y fauna, en el que el ser humano ha incidido con respeto y en el que la naturaleza muestra su dignidad y su carácter más indómito, aún sin domesticar. Los Llanos de Líbar son un ejemplo de todo ello, de esta combinación aparentemente imposible que enriquece el viaje y el paisaje.

Los Llanos de Líbar

Una senda serpea en el corazón del polje. Se asemeja al trazo que un niño hubiera dibujado en la arena. Suave y sinuosa, escoltada por castillos de arena, por lapiaces. Modelada por el agua como si una lengua de mar se tratara. El ser humano empequeñece, se desdibuja ante la magnitud del fenómeno geológico, resulta imposible siquiera imaginar la contundencia de las fuerzas que han sido necesarias para crear este paisaje cuasi lunar. Desde la “montaña perdida”, Montejaque, nombre que le dieron a este pueblo los árabes, parte un humilde camino de tradicional paso de ganado. Comunica el municipio del Hundidero con el vecino de Cortes de la Frontera a través de Los Llanos de Líbar que 10,5 kilómetros más allá, en la profundidad de la Sierra de Grazalema se transformarán, junto a una fuente, en los Llanos del Republicano. Sendas y caminos que discurren por un valle tallado en la piedra, un valle que abre sus entrañas al cielo azul, un valle de llanura imposible al que los geólogos denominan polje y que las palabras mundanas se quedan cortas para describir.
Partimos desde la parte norte de Montejaque, detrás del Hostal La Cabaña, donde encontramos el panel informativo de la ruta con una somera descripción que nos pone sobre aviso sobre el espacio tan especial que vamos a recorrer. Tras una primera subida, por la sierra de Juan Diego llegaremos al Llano de los Almendros, de ahí, a través de un lapiaz impresionante, hasta el llano y dehesa del Pozuelo, de ahí a travesaremos un encinar centenario, para parir en el Llano de Líbar, tras el cortijo del mismo nombre, desde el que caminaremos por una llanura que parece no terminar hasta llegar a la Fuente de Líbar, donde se cambia el nombre por el del Llano del Republicano. El camino discurre por pista en su totalidad, mejor o peor conservado para acceder con automóvil, pero siempre adecuado para hacerlo a pie. Es costumbre cruzar la primera parte, algo más dura, hasta el encinar, estacionar el coche allí y caminar hasta el final del sendero. Es una opción, pero ir descubriendo gradualmente el paisaje es uno de los mayores atractivos de esta ruta.
Es un sendero que se disfruta quitándole capas, observando su interior siempre cambiante, perfilando con la yemas de los dedos las formaciones imposibles (y que tanto recuerdan al Torcal) que el lapiaz recorta contra el cielo; oteando el vuelo majestuoso, casi estático de la gran colonia de buitres leonados; caminar junto al ganado retinto que pasta libre, que ramonea los brotes verdes de las encinas; escuchar el balido de un cordero minúsculo, de anuncio, que camina junto a su madre, asustadizo; contemplar la aparente agresividad de las piaras de cerdo ibérico que se alimentan tras las vallas protectoras; querer ver mil figuras en las encinas retorcidas que saludan en la dehesa, internarse en sus troncos huecos, centenarios; ver como el sol se refleja en las rocas lisas de las cimas, como un espejo pétreo imposible; intentar contabilizar los matices de grises que pintan el paisaje que nos rodea; asemejar el tractor que labra la tierra oscura a un inmenso caballo mecánico del far west; sentir el viento frío que corta la piel del rostro cuando abandonamos el abrigo de la dehesa arbolada; quedar atónitos al descubrir el último llano, como la promesa de una llegada a término, un circo abierto al cielo, pespunteado por el filo de las rocas picudas que lo rodean, salpicado de motas ocres en forma de ganado, pisar su hierba mullida y suave, aspirar el aroma de la naturaleza con súbita intensidad; y el regreso, silencioso y mágico, que nos permite sentir la fuerza telúrica que desprende este lugar, la conexión que nos une a la tierra, la sensación de formar parte de un todo, siendo tan solo una partícula minúscula; y por su puesto lo más prosaico y trivial, un rito obligado de caminantes, el almuerzo bajo una encina, sobre un bancal de madera, parapetados tras un muro natural de piedra, el perfume de la tortilla de patata, la contundencia del embutido, de los dulces marroquíes, de la buena compañía, de la charla desenfada y profunda, de la sensación de sentirse libre y uno con el entorno.
Con los sentidos afinados regresamos, sintiendo la tibieza del sol que cae, que se mece sobre el horizonte, como una compañía amigable que nos echara un brazo sobre los hombros.
Dejamos los Llanos de Líbar con una promesa a flor de labios. Volveremos.

Despedida

Abrazar las montañas, un sueño inabarcable, solo imaginar las figuras que el lapiaz, que el karst dibuja sobre el horizonte, permitir que los llanos nos lleven más allá de las fronteras de los municipios, que formen sus propios hitos a base de bosques apretados, campos imposibles, cimas inconcebibles. La Grazalema malagueña es insólita y provocadora, llama al descubrimiento, al disfrute, al paseo, al sendero y a la aventura, a vivirla con intensidad.

Enlaces de interés e información útil

Otras rutas senderistas en la Grazalema malagueña: Además de la ya mencionada aquí de Los Llanos de Líbar, la Sierra de Grazalema ofrece otras rutas en la provincia de Málaga como: La Cueva del Gato, Río Guadiaro, Camino de Huertas Nuevas, Camino de la Dehesa, Camino de la Fuente, Camino Viejo de Ronda, Cañada del Olivar, El Pimpollar, Hundidero.

Complejo Hundidero-Gato: “A principios del siglo XX, se gestó la idea de construir una presa en el río Gaduares, justo antes de su desaparición por la sima del Hundidero con la intención de crear una fuente permanente de energía electrica. Tras diversos estudios y acondicionamientos de carreteras la presa se construyó aprovechando las estribaciones del tajo del Hundidero, una auténtica herida abierta en el campo que desciende hasta la apertura del sistema de Hundidero-Gato. Pero el aliviadero de la presa nunca llegó a funcionar. La presa nunca se llenó. Las dos llenadas más grandes registradas fueron las de 1941 y 1947. ¿Cuál era la causa? Los ingenieros que construyeron la presa no tuvieron en cuenta las filtraciones. El agua acumulada en el embalse se filtraba gracias a la porosidad de las rocas y hacía que el río siguiera alimentándose más abajo. Un fallo de previsión que dejó como testigo inmutable e impresionante el sistema de muros de contención de una presa vacía. Aún con todo, los ingenieros no cejaron en su empeño y pusieron otro ingenuo plan en marcha: impermeabilizar la entrada al sistema hídrico del Hundidero Gato, es decir, intentar impermeabilizar una sima de 5 kilómetros de largo. Así, en 1929 se dispusieron dos cuadrillas de 10 hombres cada una que entrarían a la vez por El Hundidero y su desembocadura en la Cueva del Gato para inspeccionar la cavidad hasta entonces nunca atravesada. Las dos cuadrillas, armadas con lámparas de carburo, escalas de cuerda y barcazas construidas con bidones vacíos tardaron 30 días en recorrerla. Se encontraron en el centro de la cueva, localizándose a base de voces. Relataron, tras encontrarse y salir de aquel sistema de cuevas, las bellezas que encontraron en su interior. Era una sima de extrañas formas, elaboradas por el paso del agua a través de los siglos, una maravilla geológica que se ha convertido con el paso de los años en uno de los atractivos más destacados para los amantes de la espeleología. En septiembre de 1929 quedó concluida la obra del camino interior de la cueva. Pero el agua, pese al intento de taponamiento de las grietas siempre buscaba nuevos recorridos para escapar. La Guerra Civil terminó con la idea de continuar con este proyecto faraónico y hoy día es paraíso de aventureros y espeleólogos. Las personas que han transitado esta enorme cañería natural cuentan cómo aún se observan indicios de aquellos trabajos infructuosos. Escaleras de madera derruidas, algunos puentes y diversos restos de actividad humana. El fracaso fue evidente, y ahora sólo queda ese monumento de la petulancia del ser humano y de la victoria de la naturaleza”. Fragmento extraído de este mismo blog y correspondiente a la entrada 14 MONTEJAQUE: Asomada al abismo del Hundidero.

Enlaces de interés: Toda la información aparece en la página web del Patronato de Turismo de Málaga - Costa del Sol y en la web especializada de la Junta de Andalucía, la Ventana del Visitante. Los ayuntamientos de Jimera de Líbar, Ronda, Cortes de la Frontera, Montejaque y Benaoján lo incluyen en sus webs. En las entradas correspondientes a los cinco municipios en este mismo blog también se puede encontrar información útil para su visita, gastronomía, patrimonio histórico y cultural, actividades, rutas senderistas, etc. Se pueden encontrar en el buscador que aparece a la derecha

Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.




Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Paraje Natural Protegido.


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Gracias a Paco y a Sara por la compañía, la siempre animosa charla y por el avituallamiento.