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92 CASARES: LA HISTORIA VIVA DE UNA ATALAYA

martes, 11 de enero de 2011

Año 61 A.C. El emperador desciende de su caballo. Capa encarnada, corona de laurel sobre la testuz. Entre sus ropajes y túnicas se deja entrever la piel cetrina y escamada causa de su mal. Dos edecanes le desnudan y el amo de aquel mundo antiguo se sumerge poco a poco en las aguas turquesas de ese manantial de sulfuros. El César, rey de reyes, se deja llevar. Se encuentra agotado, sus reacciones herpéticas han ido a más y sólo desea reposo. Una sesión, dos sesiones. Las centurias reposan en estos parajes, bosques de pilums amontonados en el descanso. Días más tarde la piel del César se recompone, adquiere un vital tono rosado. Los ejércitos de la poderosa Roma continúan su conquista de Hispania. Un emperador, Julio César, curado, comienza la leyenda de los Baños de la Hedionda.

Año 1936 D.C. La contienda civil de ha desatado. Apenas pasa un mes de la insurrección. Es 11 de agosto y Sevilla se consume en el calor de su propio estío. Kilómetro 4 de la carretera que une Sevilla con Carmona. Blas Infante ha sido hecho preso por varios miembros de la falange en su casa de Coria del Río. No hay juicio, pero sí sentencia. El político, escritor, antropólogo, musicólogo, notario e historiador es fusilado sin cuartel. Muere el niño nacido en Casares y nace el Padre de la Patria Andaluza.

Alberga Casares entre sus calles una multitud de historias. Las leyendas y la cronografía real se entremezclan, creando una red de relatos que pueblan nuestra imaginación. Dado su lugar privilegiado, estas calles que nosotros ahora pisamos, fueron antes holladas por íberos, por fenicios, por romanos (quién sabe si por el mismísimo Julio César), por árabes, por políticos fundacionales… Quien camina por las calles casareñas, retorcidas sobre sí mismas, realiza un paseo por la historia de Málaga. Desde su atalaya privilegiada se controlaba el Campo de Gibraltar, el acceso desde Ronda hasta la costa, el Valle del Genal, Algeciras… Bastión casi inexpugnable que se mantiene prácticamente inalterado con el paso de los años y que hace volar nuestra imaginación más allá de sus propias paredes encaladas. Pisamos las callejas y las plazas, ascendemos sus empinadas cuestas, bajamos a los recodos del camino, nos asomamos a sus miradores privilegiados, oteamos el presente desde esta atalaya del pasado.

Llegada, aparcamiento, primeras impresiones

Dado el trazado de la villa, conviene estacionar en la parte de arriba del municipio o emplear el gran aparcamiento público que hay construido en la parte más reciente. Si se viene desde Manilva, se puede intentar estacionar en una pequeña plaza que hay en la entrada. Aún con todo, la mejor recomendación es dejar el vehículo en la parte superior del municipio y descender por sus numerosas calles que como ríos blancos desembocarán en la Plaza de España, centro neurálgico de la población. De este modo hacemos y nada más pisar las primeras callejas empedradas nos envuelve el silencio de la mañana, los sonidos cotidianos, una cafetera, un maullido sordo, un entrechocar de platos en la pila de lavar. Trasunto estas sensaciones del correr despacioso del tiempo. El piso de las calles está empedrado y las paredes inmaculadas, lucen blanco de cal. Cuajan las macetas flores coloridas. Tras los rincones se escapa la naturaleza incontenible, y así podemos observar parte de Sierra Crestellina, la dehesa del próximo campo gaditano, las cumbres últimas de la serranía rondeña. Descendemos así por la calle Monte, percatándonos del ingenio del antiguo arquitecto que fue capaz de adaptar las casas, cúbicas, al terreno abrupto y soliviantado. Es un municipio cuidadísimo, aseado. Huele a tostadas y a aceite en la mañana. Se escuchan los trinos de una bandada de pájaros.

La Plaza de España

Llegamos, en nuestro descenso, hasta la Plaza de España, lugar donde confluyen la gran mayoría de las más importantes calles casareñas. Punto de reunión de jóvenes y de mayores, que se asolean sentados en los bancos y hablan sobre el tiempo extraño que esta mañana se cierne sobre nosotros. Cruzan las mujeres cargadas con la compra y el pescadero traslada su mercancía hasta el próximo mercado municipal. La visita se nos antoja sencilla, ya que desde aquí parten, como una rosa de los vientos las calles y callejas que nos trasladarán a los lugares a visitar. Además, los caminos a seguir están perfectamente señalizados. En la plaza coexisten tres de los monumentos que deseamos ver en la villa. De hecho, el muro izquierdo de la iglesia de San Sebastián sirve de espalda de la propia plaza, delimitándola hacia el este, en el sur, un recio busto de Blas Infante, coronado por banderas, y en el centro, la fuente de Carlos III. Esta fuente consta de tres caños de agua fresca y se sitúa en el centro de la plaza. En su frontis se puede leer una inscripción que la fecha en el siglo XVIII. Apenas a veinte metros y presidiendo con mirada hacia el horizonte la vida de los casareños y casareñas, el busto de Blas Infante, padre de la patria andaluza y que nació en esta localidad el cinco de julio de 1885. Político, escritor, abogado, musicólogo… Blas Infante fue muchas cosas, pero se le conoce como el autor del ideario andaluz. Sus inquietudes le llevaron muy pronto por la senda del federalismo y el nacionalismo, haciendo que Andalucía ocupase un lugar relevante en la política nacional. Dentro de sus actividades públicas, quizá la más popular fue la composición en 1933 del Himno de Andalucía. Fue fusilado en Sevilla el 4 de agosto de 1936. Un historicista nos contempla, hierático desde su privilegiada posición. La bandera española a la derecha y la andaluza a la izquierda le acompañan. Junto al busto de Blas Infante se encuentra la iglesia de San Sebastián, en cuyo interior se venera la imagen de la Virgen del Rosario del Campo, objeto de una romería muy popular y querida por los cacereños en el traslado de dicha imagen al campo en el tercer domingo de mayo. El templo fue construido en el siglo XVII aunque su actual fisonomía resultada muy distinta de la original debido a los destrozos sufridos en la Guerra Civil. El interior, plácido y silencioso, paredes blancas y presidiendo el altar mayor, la Virgen del Rosario.

Hacia la Explanada del Castillo

Casi desde la puerta de la iglesia parte la calle Villa, una de las callejas más típicas de Casares y cuyas piedras pisaron los antiguos al conducir hasta la entrada del mismo nombre, una de las dos a través de las que se puede acceder hasta el recinto del castillo. En el transcurso del paseo nos topamos con calles estrechas, de paredes blanquísimas, adaptadas al terreno de forma casi milagrosa. Cruzamos delante del ayuntamiento de Casares, saludamos a una vecina que sube la cuesta despaciosamente, a dos hombres que charlan animadamente, a dos turistas extranjeros que sonríen cámara en ristre. Vive Casares en completo sosiego, se contagia la tranquilidad de sus calles al espíritu. Ganamos altura poco a poco y se vislumbra ya el poder de este magnífico otero en el que se encontraba situada la antigua fortaleza, su magnífica posición geoestratégica. Llegamos hasta la puerta de la Villa, un zigzag de calles bajo un arco que esconde un secreto en su interior, el Museo de Etnohistoria. La entrada cuesta 2 euros, y con el mismo ticket se puede visitar también la Casa Natal de Blas Infante. Abierto de lunes a sábado de 11 h. a 14'30 h. y de 16 h. a 18'30 h. Telf.: 952 895 148. En su interior se “muestran vestigios arqueológicos y utensilios de la vida cotidiana pública y familiar desde el Neolítico hasta el siglo XX”. Tras cruzar la puerta de la Villa y antes de acceder a la explanada del castillo, seguimos el camino que nos indica “Mirador” para asomarnos a un brumoso Mediterráneo precedido de campiña y dehesa que desde esta altura parece irreal, de juguete. Embebidos por esta imagen, continuamos.

La Explanada del Castillo

Antigua construcción defensiva musulmana que pudo dar nombre al municipio según una de las teorías, ya que traducido al árabe como Caxara, Casares significa fortaleza. Los lienzos de las antiguas murallas, las láminas que aún se sostienen en pie se adaptan al filo de los barrancos utilizando estos farallones como elementos defensivos naturales, así el recinto adopta la forma caprichosa de la peña sobre el que está construido. Un torreón se espiga hacia el cielo. Si nos quedaba una mínima duda de su valor geoestratégico, aquí se disipan todas ellas. El recinto alberga la antigua iglesia de la Encarnación, restaurada al detalle, imponente al coronar su edificación y su altísima torre campanario todo el conjunto; la ermita de la Vera Cruz, apenas un bosquejo de lo que era; el cementerio municipal, aventado al socaire; casas particulares; hasta tres miradores… El paisaje es impresionante, desde la dehesa gaditana del Campo de Gibraltar hacia el oeste, la Costa del Sol hacia el este, el Mediterráneo brumoso en esta mañana de invierno, al norte, unas de las joyas naturales casareñas, Sierra Crestellina. A nuestros pies se extiende el centro urbano. Se recoge Casares sobre sí misma, y nos trae aromas de pasado antiguo e historiado. Desde aquí, parecen las calles abrazarse a sí mismas. Casi podemos imaginar a los vigías de Al-Andalus, comprobando cómo las reatas de mulas y burros ascendían o descendían el camino de Ronda cargadas con productos del mar, de la sierra; oteando el horizonte y los escarpes de la costa africana, la bocana de ese puerto que es el Estrecho de Gibraltar para el Mediterráneo. Recorremos el recinto de la fortaleza despacio y con deleite, saboreando cada paso, cada rincón. Nos asomamos a sus miradores que parecen volar sobre el municipio. Un recorrido entre piedras y vestigios amurallados que hará las delicias de los viajeros y viajeras más jóvenes.

La Casa Natal de Blas Infante

Descendemos por la calle Recinto del Castillo y conectamos con la calle Arrabal, estrecha, floreada, de paredes blancas, hasta toparnos con la calle Pepelargo. Si bajamos accedemos a un mirador que se vuelva sobre la parte norte del pueblo, si ascendemos, vemos la puerta del Arrabal, segunda de las entradas a la Explanada del Castillo. Todas las callejas que discurren desde la propia calle Arrabal expiran sobre sí mismas, o en minúsculos patios, antiguos adarves. Es necesario recorrerlas con tranquilidad para disfrutar de las esencias casareñas, no sólo de la vista, sino también de los perfumes a flores delicadas y pucheros bravos de invierno. La luz juega con las bunganvillas que se desprenden desde las azoteas. Recortan las sombras algunos rincones. Nos incorporamos, de nuevo, a la calle Villa desde el lateral izquierdo de la iglesia de San Sebastián, cruzamos la plaza España y enfilamos la calle Carrera para dirigirnos a la Casa Natal de Blas Infante. Tal y como nos informa la web municipal de Casares: “Situada en el nº 51 de la Calle Carrera se encuentra la casa en la que el 5 de julio de 1885 nacía en Casares Blas Infante, Padre de la Patria Andaluza. En la actualidad, además de ser un punto de información turística, la casa alberga una exposición permanente con fragmentos de la vida y obras de este ilustre casareño, que nos acercan a un mejor conocimiento de su pensamiento y de su propia persona. Además, la casa posee una pequeña sala de exposiciones temporales, que suele albergar muestras de artistas locales y comarcales. Abierta de Lunes a Sábado de 11 h. a 14'30 h. y de 16 h. 18'30 H. Telf.: 952 895 521”. El aspecto exterior de la casa corresponde a una construcción clásica de piso y planta. Pese a ser hijo del secretario del juzgado, el edificio no luce ostentación. Aquí nació Blas Infante el 5 de julio de 1885. Fue notario, historiador, antropólogo, musicólogo, escritor y periodista. Desde muy joven se despertó en él el amor por su tierra andaluza, por aquel entonces en posesión de numerosos caciques más o menos importantes. Las injusticias sociales, el deseo ferviente de colocar a Andalucía en su lugar correspondiente y la pasión por su paisaje y paisanaje hizo que pronto brotara en él la idea de una patria andaluza que se vio reflejada en la que quizá sea su obra más emblemática, el Ideal Andaluz. Tuvo numerosos cargos políticos hasta que fue apresado por la falange y murió fusilado en Sevilla el 11 de agosto de 1936 sin juicio alguno. En el año 1933 compuso el Himno de Andalucía, incorporando al mismo cantos tradicionales de los jornaleros, entre sus versos hay uno más que significativo: “¡Andaluces, levantaos! / ¡Pedid tierra y libertad! / Sea por Andalucía libre, / España y la Humanidad”. Con estos sentimientos rondando la cabeza regresamos hasta la plaza de España y ascendemos, despacio, poco a poco por la calle Monte hasta el lugar en el que hemos dejado estacionado el coche.

Los Baños de la Hedionda y El Secadero

Tomamos dirección costa a través de Manilva. En nuestro camino, festoneado por enormes molinos de viento, observamos Casares en el retrovisor. Se aleja la fortaleza inexpugnable, se hace más pequeña y se abre ante nosotros el mar Mediterráneo. Desde San Luis de Sabinillas, en Manilva, tomamos la dirección Málaga, hacemos una primera rotonda y una segunda, para dirigirnos hacia una carretera situada junto a un centro comercial. Seguimos las indicaciones que nos llevarán hasta el paraje, cruzando bajo el puente de la autopista, de los Baños de la Hedionda. En el camino nos cruzaremos con un antiguo puente-acueducto en desuso, y con algunas villas curiosas. Una vez llegados hasta un centro de esparcimiento en la que reposa una sencilla ermita, estacionamos si queremos continuar a pie los próximos doscientos metros o continuamos con el coche, aunque no es especialmente recomendable dado el estado de la carretera y es, además, muy transitado en los meses de verano. Caminamos. Es un paraje un tanto singular, antes de llegar a los baños propiamente dichos nos encontramos una serie de construcciones que pertenecieron a un antiguo balneario que funcionó por estos lares, se encuentran abandonadas en su mayor parte y dejan mucho margen a la imaginación. En una explanada entre juncos, bajo el camino principal encontramos una edificación blanca. La sorpresa deviene en su interior, formada por varios arcos de medio punto que sustentan una bóveda repleta de agua color turquesa. La consistencia del agua parece densa y el movimiento descubre hilos algo más oscuros. El olor, sulfuroso y fuerte, acompaña a este manantial donde, según dice la leyenda, se sumergió Julio César para calmar sus afecciones herpéticas y que, visto su buen resultado, ordenó construir sobre él esta peculiar edificación. Durante la época veraniega muchas personas utilizan el barro y arcillas del río aledaño para aplicarse diversos ungüentos. Regresamos al coche y, una vez en la carretera principal, tomamos dirección Málaga para acercarnos hasta el Secadero, que es como se conoce a la franja de costa que posee el municipio de Casares. El Secadero está constituido básicamente por vivienda de verano y complejos turísticos, su playas, de arena oscura y salipcadas de piedra hacen las delicias de los submarinistas. Casares cuenta con cuatro playas que suman 2,2 kilómetros de longitud. La playa Ancha, la playa Chica se encuentra resguardada del viento por el promontorio de la Torre de la Sal, la playa de la Sal y la playa de Piedra Paloma, que permanece en estado seminatural, con un paseo de albero que lo enfrenta a su límite con la costa. Precisamente aquí recaemos y por ese camino paseamos bajo el sol de invierno, delicado y templado. Nos cruzamos con un par de ciclistas y una corredora de footing, seguimos la dirección que nos marca el pequeño cabo que se adentra en el mar y sobre el que está construida la Torre de la Sal. Es un paseo agradable, tranquilo. La Torre de la Sal es un edificio defensivo erigido en el siglo XVI para proteger la costa de las posibles invasiones y que tiene como particularidad con otras que pueblan la Costa del Sol poseer una planta cuadrada. Observamos desde aquí como el mar plácido, lame los arenales. Una pareja pasea con un perro al que lanza un palo más allá de la orilla.

Despedida

Con la luz del fulgurante Mediterráneo en nuestras retinas nos despedimos de Casares. Resuenan en nuestra memoria los ecos del Himno de Andalucía y los disparos que acabaron con la vida de Blas Infante, también la llamada del muecín a la oración desde los muros de la antigua fortaleza, el perfume de las flores y de los pucheros, de las brasas de picón, la mirada sobre el horizonte que parece infinito y que perfila África, las estribaciones últimas de la serranía rondeña, el Estrecho de Gibraltar… Oímos los cascos de un caballo, miramos atrás y aquí aparece el perfil egregio de Julio César… ¿Estuvo o no estuvo por estos pagos? Al final, lo que queda es la leyenda….

Otras informaciones y enlaces de interés

Blas Infante: La vida de Blas Infante queda perfectamente reflejada en la Fundación que lleva su nombre, en la que aparecen, además de la biografía, pensamientos y publicaciones del político, los objetivos de la institución o las actividades que llevan a cabo. La página web es http://www.fundacionblasinfante.org/. Existe otra página web dedicada al político andaluz con más datos y reseñas sobre su biografía, www.blasinfante.com .
Senderismo: Uno de los grandes atractivos que posee Casares para el turista activo es Sierra Crestellina, un promontorio surcado de rutas que incluye un refugio de montaña desde el que partir para realizar rutas más amplias o simplemente disfrutar del descanso o de la noche. Para consultar las rutas se puede visitar la página web municipal y consultar las once que discurren por el término municipal y que se encuentran perfectamente señalizadas.
Enlaces: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web municipal del Ayuntamiento de Casares.

Este blog queda abierto a los comentarios, anotaciones, opiniones que los navegantes deseen realizar. Nos vemos en El Color Azul del Cielo.

3 comentarios:

Pantxike dijo...

Casares, cuanta historia, cuanta belleza paisajistica,no me extraña que los habitantes de este bello pueblo se sientan orgulloso de él. Desde luego sin olvidar la labor del magnifico "trovador" Israel Olivera, que esta poniendo su granito de arena para que el mundo entero, sea consciente de la belleza que encierra la provincia de Málaga .
Besitos para Anto and of course for you.
Pantxi.

Nekane dijo...

Casares:LO CONOZCO y he metido mis pies y mis manos en el riachuelo de los Baños de La Hedionda y disfrutado de las maravillosas vistas desde la Explanada del Castillo.
Qué ilusión me ha hecho.
Se ve un pueblo blanquísimo y ciudadísimo.La cuna de Blas Infante no podía ser menos.
La última foto me encanta,Isra.
Un abrazo.

Unknown dijo...

Como olvidar una gran etapa de mi vida con mi hermano Marín y su novia Nieves.. entonces yo tenía veinte añitos, ahora doblo la edad, pero siguen las imagenes de Casares en mi cabeza tan latentes como el primer día..un recuerdo para toda la vida...
Adoro aquella tierra, que calidez en las personas,que buen trato.