Y la vega ante nuestros ojos. Allá, al fondo, velado por los restos húmedos de la calina, el Peñón de los Enamorados. Más cerca, los pináculos de las iglesias, conventos, palacetes y murallas de Antequera, como si quisieran pinchar el cielo azul. Aún más cerca, el verde esmeralda, intenso y brillante del mar de pinos. Todavía más cerca, más próximo, casi al roce de las yemas de los dedos, las gramíneas que se mecen al compás de la brisa. Todo, ante nuestros ojos. Y a nuestra espalda, la Torre del Hacho, que sostiene el suspiro que ante tanta inmensa belleza nos atenaza. Estamos en el Parque Periurbano del Pinar del Hacho, el mirador natural de Antequera, y es un privilegio.
Una aproximación

Caminamos con el coche, entre olivos, una columna de polvo blanco nos sigue en forma de estela volátil y vaporosa. Un senderista nos ha indicado el mejor camino para llegar hasta el borde superior del pinar, para ello atravesamos un olivar extenso, dejando a nuestra derecha,
a lo lejos, las primeras estribaciones del Torcal y frente a nosotros, la promesa escurridiza de una torre vigía que juega al escondite entre los pinos jóvenes. Atravesamos una verja abierta y estacionamos, no se puede llegar más allá. Descendemos del coche y lo primero que nos asalta es la fragancia. Un perfume intenso y fresco, que aún conserva los tintes de la madrugada, se cuela en el coche, en la mochila, en el cuaderno de notas, en la cámara de fotos. Lo segundo, el color. El verde esmeralda de los pinos piñoneros jóvenes, confiere al parque una esencia un tanto irreal en el juego de sombras con el sol de la primera mañana. Lo tercero, la presencia imponente de la Torre del Hacho, que se asoma entre las copas de los árboles como un vigía mayestático. Todo al punto. Caminamos con un objetivo claro.
El Parque Periurbano Pinar del Hacho
Parece cubrir la parte sur de Antequera como una protección natural. Ocupa la parte más alta y una zona de la ladera de un cerro romo, que desciende en la cara antequerana de forma contundente y que se suaviza dúctilmente en la zona que mira al Torcal y a los olivares del camino a Valle de Abdalajís. La zona protegida abarca 85 hectáreas y está repoblada por pinos piñoneros o marítimos de unos 40 años de antigüedad. Es un bosque relativamente joven y eso se nota en la altura de los
árboles y en el grueso de sus troncos. El Pinar del Hacho está surcado por el Cordel Málaga – Antequera, una vía pecuaria de paso de animales que cumple con los 37,5 metros de anchura preceptivos y que además de su uso ganadero se compatibiliza con usos deportivos como senderismo y la práctica de actividades cinegéticas. De hecho, durante nuestra visita, se escuchan los ecos sordos de algunos disparos y los ladridos de una jauría de perros al fondo; y descubrimos algunos rastros de bicicletas de montaña. El
parque está presidido por la Torre del Hacho, un torreón vigía desde el que se otea la llegada a Antequera desde El Torcal y desde Valle de Abdalajís, además de ofrecer una completa panorámica de la vega, del Peñón de los Enamorados y de la propia ciudad de Antequera. Dada su construcción, doce metros de altura, aproximadamente, con puerta exterior a ras de suelo y con apenas dos o tres troneras, se presupone que el carácter de la torre era puramente vigía y no defensivo. Desde sus almenas se podrían
hacer señales al centro de la ciudad perfectamente visibles. Aunque la datación de su construcción no está clara todo apunta a que se erigió en el siglo XIII y fue declarada Bien de Interés Cultural en 1985.
Sobre la fauna, el parque tiene catalogadas 59 especies de aves, 14 de mamíferos, 8 de reptiles y 2 de anfibios, correspondientes todas ellas a la típicamente mediterránea propia del entorno. La flora está constituida por el ya citado pino piñorero joven de reforestación con 40 años de antigüedad, además de lentiscos, romero, matorral y pastizal.
Pero si algo caracteriza al Parque Periurbano Pinar del Hacho son sus vistas, la panorámica magnífica de Antequera y de su Vega, del norte del Torcal, de la Sierra de Cabras… Vamos a descubrirlo.
La visita
Caminamos sobre un ancho carril de arena, arena de montaña, roca erosionada hasta convertirse en polvo, rota por el frío, por el calor, por los drásticos cambios térmicos. Nos sumergimos en el mar de pinos bajos, sus agujas apuntando en todas las direcciones, como queriendo abarcar el aire fresco que respiramos. Se mezclan nuestras huellas claras, evidentes, de bota de montaña, con otras más sutiles, más gráciles, que podrían ser de aves, de zorros, de perros. Los caminos divergen y se difuminan y a veces son solo un 
sendero formado por gramíneas aplastadas por un viajero anterior, por la costumbre de paso de un mamífero. Respiramos el aire puro y la esencia del pinar y de la arena y del aire de la mañana se conjugan en su evocación para traernos el Mediterráneo, tan lejos y tan cerca de estos pagos, apenas a 50 kilómetros. Es un conjuro de nuestra mente y de la naturaleza. Quizá el rastro de pino marítimo, quizá la arena que se asemeja a playa, quizá. El arenal se difumina entre el matorral bajo y deja ver un leve roquedal bajo la superficie. El camino a seguir está marcado por la Torre del Hacho, que vemos siempre, si no sobre las copas de los árboles,
sí por entre los mismos, como un vestigio antiguo de tiempos pasados. Caminamos, escuchamos los leves sonidos de pájaros que trinan, la banda sonora de las chicharras que van despertando según se despierta el día. Pasamos la palma de la mano sobre las gramíneas, que nos acarician. Nos asomamos a un pequeño claro y por fin contemplamos la torre al completo. Piedra clara al sol. Compacta, sencilla, sin alharacas, con su función clara de vigía y leve defensa, de aviso para navegantes. La boca de su puerta está 
abierta, como un agujero negro, nos asomamos, nada destacable. El imán de la torre aún no nos ha permitido disfrutar de lo mejor y es, precisamente, cuando salimos de su boca cuando lo vemos: El horizonte. Se extiende ante nosotros Antequera, su vega y el perfil aindiado del Peñón de los Enamorados. La calima de la mañana se ha disipado y solo queda un rastro sutil y ligero. La vista es excepcional. Nos sentamos en la boca de entrada a la torre y sin movernos, parecen los pinos enmarcar la escena. Se abren las ramas de manera natural para ofrecer al viajero este impresionante horizonte. Destacan los pináculos de las iglesias antequeranas, las
torres campanarios que se elevan al cielo intentando acariciar su barriga azul, las casas blancas apretadas como un racimo, los tejados ocres. Intuimos la posición de los dólmenes de Menga y Viera. Al fondo, la nariz del Peñón de los Enamorados rompe el horizonte. Los cultivos de la vega parecen una taracea sobre la tierra, pintando de amarillos y anaranjados y marrones cada fragmento de la superficie. Y en primer término, el verde esmeralda de los pinos piñoneros. Sentados aún en la boca de la torre, re
posamos la vista, bebemos agua, disfrutamos de este privilegio, de este mirador natural sobre Antequera.
Una vez descansados buscamos un camino de descenso. Entre los pinos se intuye uno de ascenso que nosotros bajaremos. Queremos llegar hasta una zona inferior del parque para tener otra visión de Antequera y disfrutar del paseo entre los pinos.
Caminamos y se acentúa el olor denso a matorral. Va perdiendo el frescor la mañana y se concentran los aromas a tierra, a romero. Llegamos hasta otra de esas playas de montaña que salpican el
parque, para seguir los pasos de un camino encajonado en un roquedal. Cruzamos y desembocamos en otro arenal. Se abren las vistas de la vega antequerana. Caminamos, tiramos fotografías, observamos, callamos ante el silencio. Vemos el borde de otro de los caminos por los que se puede acceder hasta la torre, el que viene desde Antequera a través de la torre de la legión. Más empinado y cansado, pero también fácilmente practicables. Desandamos nuestros pasos, nos reencontramos con nuestras 
propias huellas, las descubrimos a travesadas por otras nuevas, un ave. Todo parece quieto y todo se mueve sin que nos percatemos de ellos. Se escuchan algunas voces a lo lejos, de alguna finca cercana, dos hombres, hablan de una máquina y de un olivo. Seguimos nuestro ascenso hasta llegar a la torre de nuevo y de ahí, al lugar en el que hemos estacionado el coche. Nos giramos y, por última vez, aspiramos la fragancia cambiante, vemos el Peñón de Los Enamorados atravesado por antenas de telecomunicaciones, percibimos los movimientos lejanos de la vega viva. Agitamos la mano hacia Antequera. Hasta la próxima, seguro.
Despedida
Esa primera imagen, el cuadro pintado con la precisión de Antonio López. Todo en calma y todo moviéndose. El velo de la calima última confiere un aire irreal, de pintura, de óleo vivo en el que todo parece inmutable, un clic de la cámara fotográfica detiene el tiempo detenido. El marco de los pinos y Antequera, la antigua, ahí abajo, como un sueño.
Enlaces de interés y consejos útiles
Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. Además de la página web municipal de Antequera.
Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.
Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Parque Periurbano.
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EN / 11 PINAR DEL HACHO: El mirador de Antequera
martes, 6 de septiembre de 2011
Publicado por Israel Olivera en 0:01 2 comentarios
Etiquetas: Antequera, El Torcal, el Torcal de Antequera, Málaga, Peñón de los Enamorados, rutas senderistas, senderismo, turismo activo, Valle de Abdalajís, vega
EN / 10 EL TORNILLO DEL TORCAL: La piedra inconcebible
martes, 23 de agosto de 2011
Y cuando las formas más ingeniosas y caprichosas se han presentado a la vista, nunca piensas que puedan dar un paso más. Si el Torcal representa la excentricidad de la naturaleza, su imaginación y querencia, el Tornillo del Torcal representa el sueño de un escultor orate, de un Praxíteles más antiguo que el propio ser humano. Láminas de rocas que parecen flotar unas sobre otras, sostenidas en un punto de apoyo casi inexistente. Simulan estar a punto de desmoronarse, de caer en lascas calizas sobre el valle. Y es en este juego cuando la composición final parece tan sutil y volátil que esté a punto de echar a volar o de derrumbarse definitivamente. Nada más lejos de la realidad. Por milenios se mantienen erguidas de estas singulares maneras, tan aparentemente precario su equilibrio. Un juego imposible de emulaciones en las que las rocas parecen enormes hamburguesas, tartas de varios pisos, discos compactos amontonados… cada cual que juego su juego. El Tornillo del Torcal parece un prodigio y resulta tan representativo que ha sido elegido como símbolo de este Paraje Natural. Pero detrás de esa efigie hay más. Y vamos a descubrirlo.
El Monumento Natural Tornillo del Torcal
Si la excentricidad de la que hace muestra el Torcal tiene un ejemplo mejor, ese es el del Tornillo del Torcal. El nombre, apropiado donde los haya, ya le confiere una precisión de cirujano en la que la mano del ser humano nada ha tenido que ver. La disolución de los diferentes estratos gracias a la erosión del viento, el agua y la diferencia de temperaturas, ha creado una figura tan caprichosa como inusual, un tornillo. Una serie de seis lascas colocadas una encima de otra y de menor a mayor configuran este
juego de erosiones. En realidad, no están colocadas una sobre otra, sino que forman parte de un conjunto erosionado, de un todo que la acción de los meteoros ha hecho desaparecer poco a poco.
El Tornillo del Torcal fue declarado Monumento Natural en 2001, tiene una superficie de 1953 metros cuadrados y va más allá de la figura más representativa, ya que esta forma parte de un conjunto mayor de formas tan caprichosas como ella. Tal y como sucede con
el Torcal, en el Jurásico esta zona estaba sumergida bajo el mar de Tethys, la salida a la superficie de las rocas tras diferentes movimientos sísmicos y la retirada de las aguas dejaron en la piel de la tierra un conjunto montañoso formado por roca caliza muy susceptible a la erosión. Aquí se inicia el proceso de conversión del Torcal hasta lo que es hoy en día.
El Tornillo del Torcal representa la esencia del Paraje Natural y de ese complejo mecanismo natural que ha permitido albergar en su interior infinidad de formas excéntricas. Además para llegar hasta el Tornillo se debe atravesar otra formación geológica particular, el Lapiaz Agrio del Caracol. Este Monumento Natural comparte con el Torcal la fauna y flora que ya hemos comentado en el post anterior.
La visita

Se puede llegar hasta el Monumento Natural de dos maneras desde el Centro de Visitantes del Torcal. La primera, caminando por la carretera, apenas a 300 metros hay un desviación a la derecha con una indicación, sin pérdida. La segunda, a través del Lapiaz Agrio del Caracol, a 
450 metros de sendero, perfectamente señalizado, sin pérdida tampoco. Optamos por la segunda posibilidad.
En la época estival, el color amarillo tiñe los resquicios de campo que aún pueden verse entre el roquedal. Amarillos y ocres, salpicados de 
cardos. Este sendero nos permite aproximarnos, tocar, rozar con la yema de los dedos la suavidad de las rocas moldeadas pro el tiempo… Contemplar de cerca algunas curiosidades como los pequeños caracoles adheridos a la piedra en grupos apretados, algún fósil 
retorcido sobre sí mismo, plantas que parecen crecer del interior de las rocas… Caminamos entre hierbas altas, por el sendero marcado, y llegamos al lapiaz. Estamos ante la formación primigenia del modelado kárstico, es decir, en la primera fase de lo que fue el Torcal justo después 
de que el Mar de Tethys se retirara. “Las calizas son rocas sedimentarias compuestas por carbonato cálcico, mineral soluble en agua. Esto facilita que se formen relieves en los que abundan las cavernas y las aguas subterráneas, los hundimientos del terreno, las cárcavas y, como en este 
caso, un lapiaz fruto de la erosión. El aspecto de un lapiaz es el de un micropaisaje árido. Está formado por rocas de color blanco o grisáceo semicubiertas por arcillas de descalcificación, conocidas como “terra rossa”. Se confirman estas explicaciones ante nuestra vista. Es 
agreste, pero intensamente atractivo. Ocre y pálido, relamido por el sol. Las hierbas altas, mecidas por la brisa parece la superficie de una mar dorado donde asomaran olas en forma de rocas. Caminamos entre el lapiaz y lo dejamos atrás para seguir sorprendiéndonos antes
las formas que nos ofrece el Torcal. Piedras que forman ánulos perfectos, como capiteles de un templo romano o griego, callejones estrechos, brechas y aberturas en la piel de la piedra, portillos, mesas, pequeñas caménicas como un fantasma de pequeñas lagunas sobre la roca y las primeras pilas de bollos.
Es esta última formación la que configura la mayor parte del Tornillo. El desgaste produce hendiduras transversales en la roca y hacen que el resultado se asemeje a una pila de pequeños cilindros de piedra colocados unos encima de otros. Muchos de ellos están erosionados en su base y su caída se nos antoja inminente.
Una curva nos lleva hasta el auténtico Tornillo del Torcal. Ante nosotros una gran masa de pilas de bollos de distintos tamaños. Destaca entre ellos, en la parte izquierda, una alargada 
figura formada por ocho alturas, el centro más esbelto y estrecho, la parte superior más ancha, la inferior también, parece que vaya a girar sobre sí mismo, a iniciar una danza insólita, a retorcerse en un movimiento único e imposible. Se aparta del resto de formaciones, solo, separado del conjunto por milenios de erosión y de desgaste. Contemplarla es saber que, pese a su inmutabilidad milenaria, estamos ante una hermosa figura finita, que más pronto o más tarde terminará venciéndose por su propio peso, cayendo, derrumbándose en la ladera, quizá arrastrando a otras consigo. Quizá en el momento preciso, dentro de una
tiempo indeterminado y remoto para nosotros, no haya nadie para contemplar el espectáculo de su caída, mientras tanto nos quedamos con su reinado, majestuoso y espigado, símbolo del Torcal, el Tornillo.
Caminamos por entre las pilas de bollos, nos fijamos en su precariedad, en su entereza, en las plantas y líquenes que habitan sobre su piel, imaginamos las formas que dibujan contra el cielo, fantaseamos… Abandono el grupo por un momento y recorro algunos pasos atrás, asciendo por
un camino y subo a lo alto de una pequeña meseta. Suelto la mochila, la cámara de fotos, pongo una piedra sobre el cuaderno para que las hojas no revoloteen, me quito la gorra y las gafas de sol, cierro los ojos, me siento y dejo que la brisa me acompañe en esta ensoñación jurásica. Abro los ojos. Ante mí aparece el Tornillo del Torcal en su conjunto, apretado. Es hermoso saber de su antigüedad, del esfuerzo temprano del ser humano por conservar la belleza de la naturaleza sin maltratarla. El cielo es intensamente azul y las piedras calizas, grises, casi blancas, despuntan. Me pongo en pie y me giro, miro hacia el Mediterráneo, que se ve allá, a lo lejos, tan distante y tan próximo, los Montes de Málaga, el Torcal Bajo y Villanueva de la Concepción, los campos sembrados, los cortijos desvencijados y los cortijos reformados, la antiguas majadas de los pastores,
los techos desportillados, las paredes de piedra oscura. Imagino a los habitantes de esas antiguas casas que desde aquí se ven… ¿Qué sentirían ellos al ver el Torcal, el Tornillo, cuando aún no había explicaciones científicas que ofrecerles? ¿Qué verían, qué seres poblarían aquellas formaciones de piedra? ¿Qué leyendas susurrarían a sus hijos en las noches de invierno, al amor de la lumbre? ¿Hablarían de dragones y de gigantes y de seres extraordinarios? Lo imagino. Y allí estoy ahora, con ellos, con el Torcal y el Tornillo a mis espaldas y en la cabeza bullendo las imágenes que aún mantengo en la mirada.
Despedida
Cuentan las leyendas, en un susurro por los callejones, que en tiempos inmemoriales, un rico emperador construyó en la cima de una montaña el más precioso de los palacios. Torres de luz, plazas de perlas, hermosas almenas. El Mediterráneo, celoso y roto por la envidia decidió enviar a la cima de la montaña sus más poderosos vientos. Soplaron durante días y meses, durante años y una fina capa de arena cubrió las torres y las plazas y las almenas. La piel de sus habitantes, animales y humanos, se escamó y endureció, formándose una coraza de piedra sobre ella. Cuando el viento amainó, y el torbellino de arenisca se posó de nuevo en el suelo, el Mediterráneo observó furibundo el resultado de sus celos. Todas las construcciones y seres vivos se habían transformado en roca, en piedra, y bañadas por la luz de la luna refulgían, bruñidas en plata. El Mare Nostrum contempló extasiado la belleza del lugar y, con humildad, decidió retirarse hasta la costa. Desde entonces, en el Torcal, en las noches de luna, se escuchan entre las piedras voces que juegan y que hablan de una antigua ciudad de luz y perlas que el Mediterráneo transformó en plata.
Enlaces de interés y consejos útiles
Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. Además, las páginas web municipales de Villanueva de la Concepción y de Antequera ofrecen todos los datos necesarios para visitar el Torcal.
Turismo rural: En la comarca Antequera y su área de influencia confluyen tres espacios naturales de Málaga. El Torcal, el Tornillo del Torcal y el Pinar del Hacho. Una buena opción de visitar los tres sin desgastarnos mucho puede ser alquilar una casa rural en la zona, muy bien equipadas e ideales para la época estival ya que la mayoría tiene piscina. A través de la Asociación de Turismo Rural Sur de “El Torcal” se puede obtener un buen catálogo de casas muy próximas a los tres destinos. En esta ocasión los dos viajeros habituales hemos estado acompañados por nueve más, tomando como base de operaciones y de ocio la casa Villa Alba.
Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.
Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Monumento Natural.
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Gracias a Jon, Mariví, Arregui, Paco, Sara, Andrés, Pepa, Rosamari, Jesús y especialmente a Antonia por acompañarme en este viaje.
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EN / 09 EL TORCAL: Jardín de piedra
martes, 9 de agosto de 2011
La piel de la piedra, que a través de sus cicatrices nos
cuenta una historia tan antigua que parece leyenda, un relato que nos habla de un mar prehistórico en las alturas que respondía al nombre de Tethys, que sumergía el paisaje de piedra que ahora desafía al sol. Un mar imposible de imaginar, habitado por seres pétreos extraídos de la profundidad de la tierra. Un paisaje colmado de formas caprichosas, de seres imaginarios, de cumbres volátiles, de espigadas crestas, de retorcidas rocas, de equilibrios
inimaginables…. Más aún el poeta malagueño Salvador Rueda lo dotaba de habitantes inquietantes, de arcaicas fortalezas…
El Torcal es heráldico, combina
Con sus piedras cuarteles y dragones
y –dominó gigante – arremolina
con grandes fichas, rotos, torreones
…y
Rafael de la Linde dio a estas formas título de catedral, de templo glorioso, de musa poética en la forma de estos versos…
Tu altiva sierra con sus torcales
Nos forja templos y catedrales
Nos teje sueños a la ilusión
¡Torcal grandioso, sierra bravía
tienes tesoros de poesía
eres veneno de inspiración!
Nos les faltan razones a los poetas. No les sobran motivos para dedicar al Torcal de Antequera y de Villanueva de la Concepción palabras de este calado. Entre las calles estrechas y sinuosas de esta insólita formación geológica podrían transitar todas y cada una de las leyendas concebibles. Pueblan el Torcal los seres de la imaginación que cada uno quiera ver tatuados en sus piedras, tallados a base de agua y viento y lluvia, de fuerzas telúricas que hacen desaparecer mares y crear montañas en su lugar. Que no espere el viajero un parque temático, porque aquí no lo hay, solo el resistente, insólito, brutal, caótico, hermoso hacer de la naturaleza. Esto es el Torcal, el jardín de piedra.
El Paraje Natural de El Torcal
Es de antiguo, su historia. La conversión de este reino de peñascos en Paraje Natural se remonta lejos. Los malagueños, los visitantes, los habitantes de su entorno entendieron pronto el valor de este paraje singular y así lo protegieron como Sitio de Interés Nacional en 1929, como Parque Natural en 1978 y como Paraje Natural en la actualidad. El Torcal, tiene en su geomorfología su particularidad, de hecho es el paisaje kárstico más importante de España y de Europa. La piedra calcárea que ha sido pulida,
erosionada, cincelada hasta crear mutaciones inexplicables de piedras a dragones, de cimas a barcos, de rocas a rostros humanos. Y todo ello en una superficie concentrada de 20 kilómetros cuadrados dentro de un área protegida de 1.171 hectáreas.
En los días de bruma, visto El Torcal desde Villanueva de la Concepción, se acrecienta esta sensación mágica que ha sido catalogada por los científicos hasta su mínima expresión. Una dualidad, la de la imaginación y la del estudio que hace este lugar
más especial aún. Se conoce mucho del Torcal, pero aún permite dejar volar la imaginación a aquellos que lo deseen.
Sabemos del Torcal que está conformado por cuatro partes diferenciadas: Sierra Pelada, el Torcal Alto, el Torcal Bajo y las Carihuelas y el Cortijo del Navazo Verde.
Además se conoce que entre los picos se hunden también los abismos, escondidos. Simas como la Azul con 114 metros de profundidad, la de la Mujer con 90 metros o la impresionante sima
de la Unión con 143 metros. Y las cuevas, como la de Marinaleda, en la que se han hallado restos de cerámica funeraria, o como la de Toro, con restos arqueológicos del Neolítico Medio agazapados en su interior.
Es rico el Torcal desde el punto de vista geológico y arqueológico, y también faunístico. Se han catalogado 116 especies de vertebrados entre los que se cuentan anfibios, reptiles, aves y mamíferos, es, además, Zona Especial para la Protección de las Aves, y no es raro
en el paseo descubrir majestuosas rapaces y tétricos carroñeros evolucionando en círculos en el aire. Sería baladí relatar aquí las especies de aves que el visitante puede encontrar, nombrar tan solo algunas de ellas, las más significativas como el águila real, el buitre leonado o el halcón peregrino, a los que habría que sumar el búho real, le herrerillo o el jilguero. Lo mismo ocurre en relación a los reptiles, tal es el caso del lagarto ocelado, la víbora hocicuda (precaución con esta especie), la culebra bastarda o la lagartija.
Más visibles aún, los mamíferos como la cabra montesa (muy habitual y fácil de ver), el zorro, el tejón o el conejo.
Y conviene prestar atención a los números. Si se registraban 116 especies de vertebrados, se tiene constancia de 664 especies de plantas diferentes entre los que se encuentran además de líquenes, briofitos, pteridofitos y espermatofitas. Pero la comunidad vegetal más destacada son las rupícolas, que se valen de las grietas y fisuras abiertas en las rocas para crecer.
Y la importancia silente del agua, de los acuíferos, que corona y destrona las montañas con su sutileza impenitente y continuada, con las gotas de la lluvia, con las filtraciones, con el rocío y las brumas adheridos a la piel de las rocas, con su solidificación en forma de nieve y hielo. El agua, auténtico artífice del Torcal, que fue mar y dejó vestigios de su paso salado en formas de fósiles.
A toda esta información científica hay que añadir los seres creados por la imaginación. Caminar por el Torcal es descubrir dinosaurios escondidos, galeones embarrancaos en los alto de una montaña, antiguos tótems indios, temibles esfinges egipcias, camellos, etc… Todas ellas sin domesticas, sin dejar lugar al raciocinio, apelando a las fábulas que cada uno anhele construir. Nos adentramos en el Torcal y como cada ocasión en la que hemos realizado este viaje extraeremos una experiencia nueva y única.
La visita
El automóvil serpentea por la lengua oscura de carretera que parece emular a una de esas culebras bastardas que pueblan el Torcal. El paisaje de Antequera y de Villanueva de la Concepción, amarillo, ocre, salpicado de los manchones blancos de los cortijos deja paso a un mundo
nuevo. Se
encuentra tan alejado de cualquier concepto posible de paisaje que sobrecoge aún sin descender del vehículo. Torres grises que se yerguen aquí y allá, farallones de piedra blanca, esculturas imposibles, túmulos… Los prados, impracticables para el cultivo, se ven 
salpicados de piedras que sobresales como mil promontorios de mil tamaños diferentes. Los calificativos de lunar, marciano, extraterrestres vienen de inmediato a nuestra cabeza. Es un paraje sin concesiones a la galería, rotundo y fascinante. Serpeamos un tanto hasta llegar al
aparcamiento próximo al Centro de Visitant
es. Es una parking con capacidad para cien vehículos aproximadamente, cuando el cupo se complementa, un servicio de autobuses gratuitos cubre el trayecto desde la carretera hasta el parking del centro con el objetivo de no congestionar innecesariamente los accesos. Escaladores equipados (previo permiso), familias enteras, senderistas avezados, turistas nacionales y extranjeros, expertos biólogos…. La fauna humana que puebla el Torcal es también variante y profusa y se concentra en las épocas de primavera tardía y primer otoño.
Se aconseja antes de elegir una de las dos rutas que se adentran en el Torcal
acudir al Centro de Visitantes, donde se puede hacer una idea cabal de cómo se ha formado este paisaje tan singular, de cómo la naturaleza ha podido convertir un mar en un jardín de piedra. Olores y sonidos, paneles informativos, tacto… Sólo falta el gusto para completar un recorrido por los cinco sentidos que habitan el Tor
cal. El Centro de Visitantes es moderno, pedagógico y eficaz en su función de explicar los sistemas geomorfológicos que configuran el Torcal. Los eruditos ratificaran sus conocimientos y los neófitos comprenderán de manera muy didáctica rodo el proceso de formación. Así pues, con los conocimientos
bullendo en
nuetsro interior iniciamos la ruta.
Hay dos y ambas son circulares y comparten una tramo. La Ruta Verde, de 45 minutos y dificultad media-baja y la Ruta Amarilla, de 2 horas y también de dificultad media-baja. La primera nos va a ofrecer un completo muestrario de lo
que es el Torcal, la segunda nos ayudará a profundizar más sobre este complejo sistema. Ambas rutas discurren por el interior del Paraje Natural, por senderos rotos y quebrados, así que se recomienda dos cosas casi obligadas: calzado adecuado y agua. Al equipo se puede añadir cámara de fotos, prismáticos y un gorro para el sol.
Optamos por la Ruta Verde.
El sendero esconde, oculta y, de pronto, muestra el corazón del
Torcal. Nos adentramos en un mundo en el que la imaginación juega un papel fundamental, en el que las formaciones rocosas se transforman en dragones, en galeones piratas, en gigantes ensombrerados, en manos, en tótems indios, en animales prehistóricos, en murallas y almenas de castillos. Es frecuente encontrarse con otros viajeros, pero pese a ser un recorrido transitado, prima el silencio, la banda sonora de la naturaleza por encima de la posible injerencia del ser humano. Caminamos,
pisamos las piedras milenarias, comentamos esta o aquella forma rocosa, fotografiamos una y otra, y nos dejamos llevar. Todo parece imposible el Torcal y nos acechan las preguntas… ¿Cómo puede mantenerse erguido ese muro? ¿Cómo puede continuar esa roca en esa posición? ¿Cómo puede…? ¿Cómo puede…? Y pese a parecer imposible, la realidad nos ofrece la verdad ante nosotros. Es posible. Está ahí.
El sendero está perfectamente señalizado y no hay posibilidad de
pérdida. Ante una bifurcación, aparece la señal preceptiva. Y así llegamos hasta el cruce que nos permitiría recorrer la Ruta Amarilla. La dejamos a la derecha y seguimos nuestro caminar. Observamos un grupo de cabras, alguna lagartija escurridiza. Caminamos hasta llegar a un pequeño circo montañoso presidido por un gigantesco murallón de piedra, tendrá 25 metros de altura e impone. Sus paredes, húmedas, arboladas incluso. Nuestras voces rebotan contra la pared y se nos devuelven transformadas en eco. 
Seguimos camino y nos adentramos en un paso más angosto, entre árboles y piedras blancas. El sendero es amarillo y nos permite recordar, vagamente, aquel de baldosas amarillas que se recorría en el Mago de Oz. Y es precisamente un mago el que parece haber situado, colocado, 
dejado caer, las piedras en el Torcal, por arte de magia. Nos cruzamos con otros viajeros, con niños, que intentas descubrir figuras aquí y allá. Pese a los viajeros, El Torcal aún parece indomable, un tanto indómito, dispuesto a cerrar los caminos, a cerrarse sobre sí mismo
en el momento en el que el ser humano dejara de recorrer sus senderos. Se tiene esa sensación de vacío cuando se visita. Más allá de las cuestiones metafísicas el Torcal es un paraje perfecto para recorrer con niños, para hacerles volar su imaginación al viento, para que busquen e ideen formas donde hay roquedales, para que bosquejen un completo imaginario en este bosque de piedra.
La última parte del camino antes de llegar al Centro de Interpretación de nuevo se transforma en una cuesta, se amplía un
nuevo circo montañoso y ya podemos ver la pasarela que nos llevará hasta el Mirador de las Ventanillas. Aún tenemos en el cuerpo la sensación de abandonar un mundo mágico, de ensueño. El mirador nos traslada de nuevo a la realidad. Nos permite contemplar ahí abajo el caserío de Villanueva de la Concepción, como un guardián de los secretos del Torcal, y enfrente, al este de los Montes de Málaga, el mar Mediterráneo, el heredero pequeño del antiguo Mar de Tethys, esa lámina de agua que cubrió todas y cada una de las rocas que pisamos, de las plantas que tocamos, del suelo por el que caminamos.
La brisa nos refresca el rostro, nos damos la vuelta y ahí está de nuevo el Torcal, como un secreto íntimo en el corazón de Málaga, un jardín de piedra único.
Nos encaminamos hacia nuestro próximo objetivo, muy próximo… El Monumento Natural del Tornillo del Torcal…
Despedida
Caminamos despacio por el sendero, saboreando el silencio de las rocas, el perfume de las flores, la intensidad de los colores. Alzamos la vista y vemos un ave rapaz alzando el vuelo hacia el cielo azul. El capricho de las formaciones se nos antoja cada vez más conocido, interpretamos sus formas y en la imaginación vamos dándoles formas, adecuándolas a los personajes de nuestros cuentos, de nuestras películas. No dejamos de sorprendernos. Sonreímos, caminamos y seguimos pintando seres imposibles con nuestra imaginación. Estamos en el Torcal, pero gracias a sus formas podríamos estar donde soñáramos.
Enlaces de interés y consejos útiles
Enlaces de Interés: Tomamos como referencia la página web del Patronato de Turismo de la Costa del Sol y la página web de la Junta de Andalucía, Ventana del Visitante. Además, las páginas web municipales de Villanueva de la Concepción y de Antequera ofrecen todos los datos necesarios para visitar el Torcal.
Turismo rural: En la comarca Antequera y su área de influencia confluyen tres espacios naturales de Málaga. El Torcal, el Tornillo del Torcal y el Pinar del Hacho. Una buena opción de visitar los tres sin desgastarnos mucho puede ser alquilar una casa rural en la zona, muy bien equipadas e ideales para la época estival ya que la mayoría tiene piscina. A través de la Asociación de Turismo Rural Sur de “El Torcal” se puede obtener un buen catálogo de casas muy próximas a los tres destinos. En esta ocasión los dos viajeros habituales hemos estado acompañados por nueve más, tomando como base de operaciones y de ocio la casa Villa Alba.
Fotografías: Se muestran en este apartado la colección completa de fotografías correspondientes al post.
Ubicación: En este mapa de Google se puede referenciar el lugar de este Paraje Natural.
Ver El Color Azul del Cielo "Espacios Naturales de Málaga" en un mapa más grande
Gracias a Jon, Mariví, Arregui, Paco, Sara, Andrés, Pepa, Rosamari, Jesús y especialmente a Antonia por acompañarme en este viaje.
Publicado por Israel Olivera en 0:01 2 comentarios
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